Sexo acrítico






Las personas, como los bancos, necesitamos realizar balances de forma periódica, aunque los resultados del Santander al lado de los míos son como para desear emular, no al Dioni o a Pepe, el del Popular, que al fin y al cabo son unos ladrones al por menor, sino a los Juanes Villalonga de este mundo.

Dado que llegados a este punto de mi vida no he ganado el Premio Pulitzer ni el Adonais, ni vendo más libros que Stephanie Mayer ni escribo mejor que Gabriel García Máquez, sólo me queda aferrarme a las fantasías sexuales para no caer en la más profunda de las depresiones existenciales. Quizás porque no cuestan dinero (a menos que entre ellas estén las de coleccionar gigolós o mantener un intercambio de fluidos en la Estación Espacial Internacional) y, en general, sólo requieren de decisión para hacerlas realidad, es el único apartado donde mi balance privado puede competir con el de Emilio Botín.

Al contrario que ganar el Euromillón, que depende de un azar elusivo, o de escalar el Himalaya, que requiere de un estado físico y una infraestructura difíciles de conseguir, para embadurnarte de fresas y nata en la mesa de tu cocina y ofrecerte de postre a algún/a afortunado/a sólo hace falta que sea la temporada de maduración de la fragaria.

Dicen los expertos que este tipo de fantasías, comunes a hombres y mujeres, no siempre se desean reales. Que “al encontrarse en nuestra imaginación, pueden perder el efecto estimulante que tienen en caso de llevarse a la práctica, pues la idealización que permite nuestra mente evita detalles que en la práctica harían de una fantasía algo muy difícil de concretar o quizás hasta imposible de realizar.” También que realizarlas “podría en algunos casos ser una experiencia poco gratificante o dolorosa, ya que la realidad lleva componentes, no tan perfectos ni adaptados a nuestro placer, esto puede ser un aliciente o una decepción”. Incluso que “la mayoría de la gente no siente el deseo ni la necesidad de representarlas en su vida cotidiana, y en el caso de hacerlo la exteriorización comprende solo una escenificación controlada”.

Pero ya que es el único tipo de deseo sobre el que mi acción directa influye en el resultado, yo no renuncio a ellas, mientras la artritis me absuelva.

Las fantasías sexuales recurrentes entre hombres y mujeres, y no las separo porque son coincidentes en un alto porcentaje, supongo que ya sabéis cuáles son porque sois personas cultas y leídas:

--Tríos (dos hombres y una mujer / dos mujeres y un hombre), cuartetos, quintetos, etc., hasta llegar a la orgía. Vamos, que empiezas con la música de cámara y terminas con la Filarmónica de Viena.

--Sexo con desconocidos. Aquello que en los 70 Erika Jong llamó la jodienda descremallerada en su novela Miedo a volar: llegar, follar y largarse, sin saber nada del otro ni querer saberlo.

--Exhibición / voyeurismo. Rompamos la imagen estereotipada de las canillas asomando bajo la gabardina de algún apurado oficinista. Practicar el sexo en un lugar público o semipúblico, con el riesgo de ser descubierto como aliciente o incluso sabiendo que te están observando, también es exhibicionismo.

--Probar el amor que no se atreve a decir su nombre, como lo versificó el bello Bosie, sea en su versión masculina o femenina.

--Simulación del sexo rudo y forzado. No confundir con la violación. El placer no tiene nada que ver con la violencia y la coerción.

--Dominación/sumisión. Unas esposas, unos azotes, unos ojos vendados…

El sexo es el único superávit al que podemos aspirar los pobres. Así que a cada cuál la suya, o todas, si os place, y acabemos con la crisis.








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