De entrevistas y entrevistados







Es curioso esto de hacer entrevistas. Ahora, al menos, aunque seas un lerdo en cuanto a la biografía del entrevistado, existe la Wikipedia y San Google para suplir tus carencias, pero no hay nada que supla a un interlocutor más seco que la mojama o con menos ganas de responder preguntas que Dalton Trumbo ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Algo, que por lo que se ve, no fue lo que le ocurrió a Juan José Millas con Felipe González.


Uno elabora el requerido cuestionario con más o menos amor y cuidado, dependiendo de a quién le toque asaltar con preguntas a veces tan íntimas como si lo conocieras de toda la vida (de ésta y de alguna otra), sin saber nunca qué será de ellas. Los hay que con la primera ya tienen bastante y las demás te las tienes que comer con patatines porque la verbosidad es tal que te cae encima como una losa que te asfixia sin dejarte oportunidad alguna para escapar. Como mucho consigues colocar un aha o un pero que no pasan de ahí, mientras piensas: ¡Horror! ¿Y qué hago yo con esto?

Otros, por el contrario, despachan 20 preguntas en diez minutos y te ves obligado a improvisar sobre la marcha cualquier cuestión, sea profunda o baladí, con la desesperación de saber que te esperan dos páginas tamaño sábana que no sabes cómo llenarás.

Hace poco tuve la mala suerte de encontrarme con uno de estos (un renombrado escritor que tardé menos y nada en eliminar de mi biblioteca), y digo mala porque si la verborrea es terrible, la parquedad es aún peor. Cuando te encuentras charlando con alguien con el aspecto de estar aburriéndose como una ostra, que no recoge ni los guiños ni los guantes y que te mira como si fueras transparente, lo único que te apetece es ponerle la grabadora de sombrero y recordarle que nadie le obliga a estar ahí. A mí sí, que como de esto, y por eso, claro, aún no le he estampado la grabadora a nadie en el occipital.

Cuando son telefónicas, la cosa es más llevadera. Siempre puedes matar el rato resolviendo un crucigrama o, como cuentan mis compañeros que hice alguna vez en aquella Voz de Asturias de hace 20 años (por más que yo no lo recuerde), limándote las uñas.

Aunque en esto de las entrevistas, la más curiosa que me tocó fue la que le hice a un ex director general de la cosa del medio ambiente que, para mi desgracia, venía acompañado del entonces presidente del Principado. Hasta ese momento yo pensaba que los espontáneos eran sólo cosa del toreo, pero allí mismo descubrí que florecen en todos los campos, porque me encontré con que a cada pregunta mía obtenía dos contestaciones: la del ex director y la del presidente. Y eso que siempre le acusaron de dirigir un Gobierno falto de respuestas. 

¡Qué engañados estaban!






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