Era el ruiseñor y no la alondra







Alauda, alaude, alhoja, aloa, aloeta, aloya, capada, carabinera, copetuda, jaracalla, sordilla, subigüela, sucinda, terrera, zurriaga… Nunca imaginé que la alondra, la misma que anuncia el amanecer, por más que Julieta se empañe en negarlo, y a la que torturan los franceses en una canción infantil, podría llamarse de tantas formas diversas y todas tan hermosas.

Para preservar palabras tan bellas como éstas existen blogs como La llave del mundo, donde descubrir las más hermosas, las más extrañas, las más orginales...


Alouette, gentille alouette…







El fin del mundo en tus ojos







Pereza







Antes, diez amores me duraban un año; ahora, diez años es lo menos que me dura un amor. ¿Será madurez o comodidad?



Foto de Lena Urazaeva

Paradoja








Cada año, siempre en invierno, la primavera te florece en la piel.





Finiquito





Gracias por sus servicios, dijo tras despedirme. Como si no me conociera. Como si no llevara yo un año trabajando para él y él, un año follándome con sus tacones talla 43 y su vestido de puta. Ése que no luce con su esposa.

Mi despedida fue aún más breve. Bastó  un mail a toda la empresa con copia oculta a su mujer. Sin texto. Sólo una foto en que se peina con mimo la falsa melena y me mira desde el deseo. Haz que sea inolvidable, me pidió.

Siempre fui un empleado solícito. Le complací.

Umbrellacrossing







Pierdo paraguas con la prodigalidad de un indiano que vuelve al hogar y la ligereza de un grand jeté de Nijinsky. Se podría decir que más que bookcrossing yo practico una suerte de umbrellacrossing del que se benefician todos aquellos asturianos que se los han topado en un encuentro que los vuelve impermeables y felices. Porque en Asturias, un paraguas es un bien muy preciado, de primera necesidad. A veces, incluso, de perentoria necesidad.

Aquí, quien tiene un paraguas tiene un tesoro, porque aunque podemos ignorar si llegará el verano en junio o pasará de largo, sí sabemos, con inevitable certeza, que la lluvia llegará. Siempre. No importa que ahora te achicharres de calor, después, en unos minutos, cuando más seco te creías, caerá un chaparrón y te irás con medio mar Cantábrico encima y un puñado de algas de regalo.

Nuestros niños aprenden pronto a pisar el prao de los merenderos,  y aun antes, a no dejarse el paraguas en casa por más soles que hayan anunciado los meteorólogos en su pronóstico reservado. Y las madres somos expertas en la compra del artilugio más pequeño y liviano del mercado que nos permita sumarlo a la polvera y al teléfono móvil en el fondo de nuestro bolso.

Yo, además de experta en comprarlos, soy más diestra aún en perderlos. Contar los paraguas que he dejado en bares, oficinas, salas de espera y asientos públicos llenaría un nuevo tomo de esa guía telefónica que casi nadie usa ya. Grandes, pequeños, con lunares, sin adornos, de un aburrido gris o de un esplendoroso bermellón, todos los he ido dejando tras de mí como un rastro de migas de cuento. He pensado hasta en ponerles un chip de identificación para recuperarlos después, pero no estoy segura de si debo ir al veterinario o a la ferretería para que me hagan el apaño.

Algo despistada siempre he sido, que cuando Zipi y Zape nacieron, me obsesionaba el temor de dejarme a uno de ellos por el camino. Quizás por eso en cuanto aprendieron a andar los paseaba atados como una matrona a sus caniches.

Pero asumida mi condición de proveedora oficial de paraguas, lo que me preocupa ahora es que he empezado a olvidar las gafas, el móvil, las llaves y hasta la bolsa de la compra. A estas horas, algún afortunado ovetense se ha comido mi pan de molde y mis yogures, abandonados anoche en la parada de autobús, huérfanos de mí.

Ya he empezado a buscar las correas con que mantenía anclados a mis mellizos para mi próxima visita al supermercado. Saldré con las bolsas colgando como un árbol de Navidad, pero mi estómago quedará satisfecho. Eso, si no las he olvidado atadas aún en torno a ellos. Siempre me pregunté por la naturaleza de ese curioso apéndice que les nace de la cintura como una lustrosa cola de caballo.







Qué alegrías nos da a veces la justicia








La noticia, aquí.

Gatos, gatos, gatos...



Principios







Dicen los que entienden de esto de escribir que es en el primer párrafo cuando un texto se la juega. Que esas primeras palabras deben reunir la proporción exacta de interés, originalidad y contundencia para que el lector se deje enganchar en su anzuelo y se adentre en las que vienen detrás. Sería algo así como la primera cuenta de un rosario  o la avanzadilla de un camino de caracoles. El sabroso, pero exiguo, bocado de caviar que te deja con ganas de más.

No se me había ocurrido hasta ahora reunir el arranque de los trece cuentos de un libro de relatos que aún anda en busca de editor, pero que tal vez en formato principio revelen que su auténtica naturaleza es la de final, capítulo segundo o prólogo. Quizás un simple descarte.

Qué difícil es ser juez de uno mismo.





"Leyó el anuncio mientras esperaba a que Carlos le atendiera. Desde hacía unos meses ni siquiera desayunaba en casa. Se levantaba temprano con la excusa del aumento de clientes y se iba antes de que ella despertase. Aquel bar diminuto y esquinado servía tan mal café como cualquier otro, con la ventaja de que Montse nunca entraba en él".



"Era viejo, tanto que las gotas de lluvia circulaban por los surcos de su cara con precisión de leucocitos en la sangre venosa. Una bolsa de plástico le cubría el pelo, se escurría por sus orejas e iba a anudarse bajo una barbilla puntiaguda que nunca se detenía, como si rumiara las palabras antes de darles aire. Pero no hablaba, se limitaba a masticar vocales y consonantes, y a mirarme a menos de un palmo de distancia con intensidad miope".



"Primero fue un punto ridículo, tan pequeño que no supe si era mella o mancha.  Lo descubrí, solitario, en mi antebrazo, a medio camino del codo y la muñeca, indeciso en si bajar o subir, o en si quedarse o desaparecer". 



"Abrió los ojos a un blanco sosiego. No supo quién era, ni aun qué era, aturdida por la luz que la sitiaba. Oyó las voces distantes, los pasos inquietos y el ruido de una puerta al abrirse. Miró hacia ese sonido que rompía la quietud y vio una figura que ganaba en nitidez a medida que se acercaba. Arrugó la frente en un esfuerzo por concentrarse".



"Marta murió en primavera. Quizás porque nacimos en invierno, cuando todo se agota, ella se acabó en la estación en que todo empieza".



"El Flaco salió desmemoriado desde pequeño. Del pan y la leche que su madre le encargaba traía, con suerte, el pan, por aquello del hambre que nunca le daba tregua; de la leche nada se sabía hasta que el recuerdo le volvía con dos sopapos firmes de Doña Engracia, harta de que los recados le salieran por el doble de tiempo y cuarto y mitad más de saliva en filípicas y explicaciones".



"La abuela se negaba a admitir que su memoria había sufrido un cortocircuito y algo empezaba a oler a chamuscado en su cabeza. No importaba que últimamente sus tortillas supieran sospechosamente dulces o que el gato hubiese empezado a roer los cojines, harto de no encontrar comida en su cuenco. Ella se encogía de hombros y le soltaba una colleja a su marido".



"Era su cumpleaños. Hacía cuatro años que se había ido, pero cada 20 de febrero volvía a ella. Y el 19 y el 21, pero el resto de los días el dolor de estómago se volvía soportable. El 20 no. El 20 todas las excusas eran lícitas para regresar a Gema y lo hacía sin prudencia alguna y sin mesura. Se zambullía en su recuerdo con más miedo al olvido que a la ausencia".



"Cuando murió, no se detuvieron ni trenes ni calendarios; cada lugar exacto siguió ocupado por cada cosa precisa y hasta el hueco que fue suyo se habitó de inmediato con otro que no era él".




"F. acudió a mi consulta por primera vez el 12 de enero. Vino acompañado de su esposa, que le había persuadido, no sin grandes esfuerzos, para recurrir a un especialista, convencida de que su marido sufría una grave demencia o había sido infectado por un misterioso virus".



"--Yo te guardo el secreto –le dije a René aquella primera vez–. Cuando me lo hayas contado, dejará de atormentarte".



"Le gustaba mucho la pequeña Fani, con su curiosa afición por los insectos tan ajena a una niña de diez años de quien se espera más interés por las muñecas que por los neópteros. No le extrañaba que se sintiera atraída por las mariposas, pero abejas, hormigas y, sobre todo, aquellos brillantes escarabajos peloteros a los que perseguía sin tregua por el jardín, no le parecían compañeros apropiados para ella. Una niña tan dulce, con un nombre tan hermoso echado a perder. Estefanía. Así se llamó una reina de Portugal y hasta una Gran Duquesa, sobrina y amante, se rumoreaba, del mismísimo Napoleón. No entendía por qué con un nombre tan majestuoso usaban ese menguado diminutivo, escaso de sonoridad y significado".



"Se me olvidó olvidarte. Ya sabes cómo soy, un día cogí el tren a Zamora para visitar a mi hermana y me bajé en León sin tener idea de por qué estaba allí. A ella ya no le extrañan mis ausencias. La primera vez que la olvidé tenía diez años. Le dije que me esperase en el coche mientras enviaba un paquete en Correos y al salir me fui a casa en metro sin recordar que la había dejado aparcada en doble fila en la Plaza de Cibeles. Juró que no me volvería a hablar cuando los rescaté horas más tarde, a ella de la comisaría y al coche, del depósito municipal".



Foto: Pablo Zariquiegui. 


Más libros















Cocina de autor







Te comería entera.
No quisiste creerme, aunque lo dijera cada vez que mi boca te bebía desde el cruce de tus piernas.
Velo de empeines, bocas en racimo, vientre confitado.
Me creías poeta. Tú imaginabas metáforas, yo, pechos en salmuera.
Léeme tus versos, pediste un día. Y el mordisco se ajustó, preciso, a tus pezones.
Teresa deconstruida, titulé el poema.
Corazón de frutos rojos, lecho de nalgas, muslos en carpaccio.
La rima fue torpe, lo sé, pero a cambio, aún llenas mi despensa.


De Pervertidos (Traspiés, 2012)



Foto: postre de frutos rojos con sorbete y sopa de lichis del Restaurant Compartir.




Tres meses y descontando...






Quedan tres meses y no sé cuántas horas (sigo sin descubrir el segundo exacto en que se producirá el acontecimiento) para que se termine el mundo. De mis propósitos vitales, como adelantaba hace más de tres años, cuando conocí la fecha del cataclismo que nos habría de llevar a todos, de golpe y porrazo, al Más Allá, sigo sin saber nada. Debe ser que mis objetivos en la vida son como el pago de ese libro que escribí en el 2003 para que firmara sabe dios quién: un contrato incumplido.

No he conocido a Ed Harris, ni bíblicamente ni de ninguna otra manera. Tampoco a Jeff Goldblum ni a Kevin Spacey (y mira que a éste lo tuve a 31 kilómetros, mecagoentó). No he escrito la gran novela del siglo XX ni la del XXI, aunque, por lo que leo en los suplementos culturales y de los otros, podría haberlo hecho porque tantas se han calificado así que la mía podría estar entre ellas y no me habría enterado.

Sigo sin hacerme un lifting, y eso que ahora sería más necesario que entonces, porque la ley de la gravedad, más que el plegamiento de las placas tectónicas epiteliales, empieza a ser no sólo evidente sino ostentóreo, que diría Gil y Gil. Tampoco he crecido 20 centímetros (por más que me he colgado de las puertas), ni adelgazado diez kilos, ni me he vuelto rubia (qué alivio).  

A cambio de todo lo que no he hecho, sí he visto crecer a Zipi y Zape, y eso vale por todo los mitos cinéfilos del mundo, por todos los cheques cobrados y sin cobrar, y por todas las novelas publicadas desde que se inventó la imprenta.  Y lo que es mejor, pienso seguir haciéndolo el 22 de diciembre, y el 23, y el 24… Y hasta que tío Alzheimer me deje.

Que le den al fin del mundo (de mi parte).





Las minas del Rey Salomón







"Uno acaba al fin por aceptarlo todo y escoge entre cazar o ser cazado, reproducirse y vivir o morir, eso parece absurdo y sin sentido, pero hace surgir una certeza: uno nace, vive durante un cierto tiempo y luego muere. Eso es todo".

Allan Quatermain

La tormenta somos nosotros






Tras el paréntesis veraniego y con el otoño (¡por fin!) a las puertas, vuelve la tormenta, ésa que, según el gran Bradbury, somos nosotros. La Tormenta en un Vaso regresa con nuevo diseño y nuevos colaboradores, pero con el mismo deseo de compartir buenos libros y hasta algún descubrimiento lector, que siempre los hay.

Y vuelve con biografía incorporada, lo que me ha hecho darme cuenta de lo difícil que es resumir en diez o veinte líneas el tiempo que llevas dedicado a esto de vivir.

¿Cuento las veces que pasé por un quirófano o el corte del bisturí deja un rastro de escasa trascendencia? ¿Descuento los metros de mi mundo que se han llevado otros de mudanza?

¿Enumero mi pasión por la sandía, los gatos y los thrillers políticos? ¿Confieso mi negritud redactora de todo aquello que escribo para que otros lo firmen o lo proclamen? ¿Admito que odio las tareas domésticas y que seguramente los ácaros fletan vuelos chárter a mi hogar como la tercera edad migra al sur en invierno?

¿Me pongo interesante? ¿Reflexiva? ¿Esotérica? ¿¡Escatológica!?

¿Hablo de Zipi y Zape, al fin y al cabo, la única obra que me ha salido bien, incluso a pesar de mí misma y de él? ¿Desvelo a esa otra que va a mi lado sin yo verla, sobrada del tesón que no me alcanza  y capaz del impulso que no encuentro?

Podría ser algo breve que no aburra y rotundo para que asombre: 50 años bien llevados. Dos hijos, un gato y una casa sin barrer.
Filosóficamente trágico: Un diseño vital desbaratado.
Chusco y con apropiación de cita clásica: A todas horas verde, a última, ajada.

A quien le interese saber cómo resolví tanta indecisión, aquí puede leer el resultado.


Gata de raza luna







Mi gata no puede evitar
ser un poquito rara,
que nació de un puma negro
y de una pantera blanca
y la trajeron volando de América
cuatro misteriosas magas.
Una abrazaba su lomo,
otra cogía sus patas,
la tercera, que reía cosquillosa,
su cabeza sujetaba.
La cuarta, para no caerse
todas de las carcajadas,
con los bigotes de Anya
trenzó dos largas coletas
y se columpió con ellas
desde el cielo a mi ventana.




Ya que estreno nuevo diseño del blog con un dibujo de Zipi del que estoy orgullosa cual gallina clueca, aprovecho para dar a conocer a un gran ilustradora asturiana, Beatriz Alonso, que ha sido tana amable de poner en imágenes uno de mis cuentos.




Parafraseando a Crash Davis








Creo en las almas gemelas, en las caderas de un hombre, en los versos que riman, en un buen vino, que las novelas de Javier Marías son un caso grave de egolatría sobrevalorada. Creo que el chantaje emocional debería penarse con el destierro. Creo en la estupidez humana, en la materia oscura, en los polígonos amorosos, en los besos que se pierden, en los regalos sin envolver. Y creo en el placer largo, intenso, húmedo y devastador que dura toda una noche.


Y para los que no sepan quién es Crash Davis, aquí y aquí más.



Imagen: Tim Robbins en Los Búfalos de Durham observa la materia oscura que puebla el universo.


Juego de niños (Quiéreme si te atreves)





"Felicidad en estado puro, bruto, natural, volcánico, qué gozada, era lo mejor del mundo. Mejor que la droga, mejor que la heroína, mejor que el costo, coca, crack, chutes, porros, hachís, rayas, petas, hierba, marihuana, cannabis, canutos, anfetas, tripis, ácidos, LSD, éxtasis... Mejor que el sexo, que una felación, que un 69, una orgía, una paja, el sexo tántrico, el kamasutra, las bolas chinas... Mejor que la nocilla y los batidos de plátano. Mejor que la trilogía de George Lucas, que la serie completa de los Teleñecos, que el fin del Milenio. Mejor que los andares de Emma Peel, Marilyn, la Pitufina, Lara Croft, Naomi Campbell y el lunar de Cindy Crawford. Mejor que la cara B de Abbey Road, los solos de Hendrix. Mejor que el pequeño paso de Neil Amstrong sobre la Luna, el Space Mountain, Papa Noel, la fortuna de Bill Gates, los trances del Dalai Lama, las experiencias cercanas a la muerte, la resurrección de Lázaro, todos los chutes de testosterona de Schwarzenegger, el colágeno de los labios de Pamela Anderson, mejor que Woodstock y sus fiestas más orgásmicas. Mejor que los excesos del Marqués de Sade, Rimbaud, Morrison y Castaneda. Mejor que la libertad. Mejor que la vida".

Julien Javier





Y aún más cosas que hacer con libros











Obras del artista Guy Laramée



Da mi basia mille...




Vivamos, Lesbia mía y amémonos,
hagamos caso omiso a todas las habladurías
de los ancianos en exceso escrupulosos.
Los astros pueden ocultarse y reaparecer,
pero nosotros, cuando se extinga
la tenue luz de nuestras vidas,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos y después cien,
otros mil luego, y luego cien más.
Empieza de nuevo hasta llegar a otros mil y a otros cien.
Después, cuando hayamos acumulado muchos miles,
los revolveremos todos para perder la cuenta
o para que ningún malvado envidioso
sea capaz de embrujarnos cuando sepa
que nos hemos dado tantos besos.

Cátulo 

Hoy estoy cariñosona, qué le vamos a hacer.





Para que no se nos olvide






"Hay lucha de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que dirige la lucha, y nosotros ganamos".





¿Casualidad? ¿Predestinación?… ¿Fantasmas?





         
          Tengo un amigo que no cree en las casualidades. Cuando él, Libra, se enamoró de una mujer Libra, cuyo padre era Libra, sus creencias se vieron reforzadas.
Muchos hay que, como mi amigo, no aceptan que las cosas puedan ocurrir por accidente o por azar, incluso por suerte, sea mala o buena. Hablan de predestinación, de una voluntad, no se sabe cuál, que dicta lo que ha de suceder y contra la que no se puede luchar.
Yo prefiero creer en el albur o, si acaso, en una relación causa efecto en la que la causa nos ha pasado desapercibida. Aunque sólo sea porque la alternativa no me parece nada atrayente: que comparto mi casa con una pareja de fantasmas.
Los abuelos me ayudan.
Ésta fue la sorprendente afirmación que realizó Zipi hace unos días con la normalidad con que los más jóvenes aceptan lo insólito.
¿Los abuelos? Cariño, pero si llevan muertos cinco años, respondí yo, adulta, empírica, incrédula.
Pero siguen aquí, insistió, y me ayudan cuando lo necesito.
Zipi enumeró entonces los momentos en que las puertas de casa se abren o se cierran solas a su paso y otros fenómenos de similar condición que para unos no son más que corrientes de aire y para otros, la mano del muerto.
No le contradije. Si a él le hace feliz imaginar a sus abuelos como dos seres ectoplásmicos dedicados a hacerle la vida más fácil, no seré yo quien enturbie tan buen recuerdo.
Cuando encontró sobre sus piernas, tras dos horas de búsqueda enloquecida, un objeto perdido y muy especial por la carga de amor adolescente que posee, me miró con una sonrisa feliz y concluyó:
Los abuelos lo encontraron para mí.

Papá, mamá, tengo un enchufe estropeado y una lámpara por colgar, ¿no tendréis un electricista a mano por el Más Allá?

Los idus de marzo







"Cada vez que trazo una línea en la arena tengo que desplazarla".

Gobernador Mike Morris

Otro cuestionario cazado por la red







1. El mejor sitio para leer.
Mi sofá.

2. Tu editorial preferida.
Tengo una deuda impagable con Molino por introducirme en la lectura.

3. Cuando abres la puerta y entras en una librería…
Esnifo el olor a papel y anticipo las sorpresas que me esperan.

4. El primer libro que leíste.
Cuentos populares rusos.

5. ¿A qué personaje de ficción te gustaría parecerte?
Josephine March fue la primer mujer de papel que deseé ser.

6. ¿Qué libro te hubiese gustado escribir?
El Principito.

7. ¿A qué escritor/a invitarías a cenar?
A Óscar Wilde

8. Unos versos de un poema que repites como un mantra.
Mentira su breve sino. / Más que piedras de tronchados, / ella durará obeliscos. / Y en su tallo, más que en ellos / columpiase un infinito. (Ésta, Pedro Salinas)

9. ¿Qué libro regalarías a tu peor enemigo?
Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías.

10. Para qué leer.
Para vivir dos veces, o tres, o mil.

11. Y de los libros electrónicos, ¿qué dices?
Que aligeran mucho la maleta.

12. ¿Conoces alguna película que supere al libro?
Los pájaros, de Hitchcock, del cuento de igual título de Daphne du Maurier.

13. ¿Te acompaña alguna música a la hora de leer?
Nunca, necesito del silencio para leer.

14. ¿Qué es lo que no faltaría en un programa cultural que dirigieras?
Una sección para promocionar las presentaciones de libros más originales y rompedoras.

15. ¿Recuerdas algún libro que hayas sido incapaz de terminar de leer?
Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías

16. Libro y vino. Libro y café. Libro y té…
Libro y té. Té siempre, con libro, con película….

17. ¿Hay algún escritor al que no soportes pero del que te apasione su obra?
Arturo Pérez Reverte, aunque ya nada será igual que El maestro de esgrima.

18. Un pasaje erótico que mantengas caliente en tu cabeza.
Cualquiera de los que ocurren en el castillo de Roissy.

19. ¿Qué libro recomendarías a alguien que no lee pero desea iniciarse?
 Nada, Jane Teller o Farenheit 451, de Ray Bradbury.

20. ¿A qué lugar literario te gustaría ir de vacaciones?
A la isla de Avalon

21. ¿Qué mascota literaria adoptarías para casa?
Al gato de Cheshire.

22. El título más bello que recuerdes.
El desorden de tu nombre (Juanjo Millás)

23. Una medida para fomentar la lectura.
Lectura en voz alta en los colegios, bibliotecas, parques, bares, en todas partes y a todas horas.

24. ¿Cuál es el último libro que has regalado?
En la corte del lobo, de Hilary Mantel.

25. ¿Qué libro lees y relees y no te cansas?
Todos los de Jane Austen.

26. Tu palabra preferida.
Albahaca.

27. Media de libros que lees al mes.
De tres a cinco.

28. ¿Qué libro guardas como oro en paño?
Todas mis ediciones de El Principito.

29. ¿En qué libro tienes puestos ahora tus cinco sentidos?
Una edad difícil, de Anna Starobinets.

30. ¿A qué escritor resucitarías?
A Quevedo.



Foto: Los libros de la Editorial Molino que me convirtieron en lectora.





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