Cuando me fui de La Voz de Asturias, en el 2002, tras doce años de trabajo y de crear amistades de ésas que duran toda la vida, aunque te veas de Pascuas a Ramos, fue duro despedirme de personas con las que pasaba más horas, y casi más días, que con mi propia familia. Compañeros con los que forjé revoluciones que nunca consiguieron acabar con el absolutismo y con los que asumí más de una derrota, personal y profesional.
El sábado despedimos (aunque yo ya no trabaje allí) a cuatro de las doce personas que estos días se han ido de La Voz , alguna tras casi 19 años de respirar rotativa y papel tintado. No sé si se quedarán por aquí o emigrarán a tierras más cálidas, ni puedo intuir siquiera cuál será su futuro profesional en un momento en que el futuro de tantos pinta muy negro.
Sólo intuyo que los que hemos pasado por la cantera que ha sido ese periódico durante tantas décadas podemos con todo. La mayoría, claro, siempre hay alguno que pasa por la vida como si no tuviera nada que aprender.
Aun así, qué duro es despedirse. Qué jodidamente difícil decir adiós a un sitio donde has dejado juventud y vocación a partes iguales. Y qué triste es no saber qué será de los que se quedan allí.
Foto: Video de despedida, Ainhoa PG.