Ni tullido, ni jorobado, ni poco agraciado





Ni tullido, ni jorobado, ni poco agraciado. La tecnología del siglo XXI ha podido probar, más de cinco siglos después de su muerte, que la única particularidad física de Ricardo III era una escoliosis que le haría tener un hombro ligeramente más alto que otro, un aspecto que, según los expertos en estas cosas, la vestimenta de la época podría disimular fácilmente. De hecho, de haber sufrido las deformidades que sus enemigos, los Tudor, le achacan, difícilmente podría haberse convertido en el hábil soldado que la historia asegura que fue.
Lo de poco agraciado lo dejamos al gusto de cada cual, pero dado el aspecto de sus contemporáneos (si hacemos caso a los retratos que han llegado hasta nosotros), Ricardo de York no sale nada mal parado de la comparación. Y para que lo podáis comprobar, aquí os dejo las fotos de la reconstrucción facial que se realizó a partir de sus restos. Primero moreno y de ojos oscuros, como siempre se pensó que fue, y después de que el ADN dictaminase que debió ser rubio y de ojos azules, con las correcciones incorporadas.
Para los que somos ricardistas, el descubrimiento de sus restos hace tres años en un aparcamiento de Leicester ha servido para mucho más que para ponerle cara al último rey inglés que murió en una batalla; ha hecho posible empezar a desmontar la leyenda negra que la dinastía Tudor que se instaló en el trono inglés tras la Guerra de las Dos Rosas creó sobre él para justificar la usurpación de reino. Debido a ella, y a la magnífica obra de Shakespeare, los libros de historia, el teatro y el cine han representado siempre al Duque de Gloucester como la maldad en estado puro, capaz de la mayor infamia y de la peor traición.
Pero somos muchos los que dudamos de la versión oficial. Seguramente Ricardo fue despiadado, violento y ambicioso, pero no más que cualquier otro miembro de la familia York o de los Lancaster, enfrentados en una guerra civil que devastó Inglaterra en el siglo XV con el único fin de hacerse con el trono. Y, desde luego, mucho menos que su sucesor, un Enrique VII que no tuvo reparo alguno en ejecutar a todos los pretendientes a la Corona, sobre todo los herederos de la Casa de York, en un baño de sangre que tuvo incontables víctimas.
El pasado mes de marzo y con honores casi de Estado, Ricardo III fue enterrado en la catedral de Leicester, en medio de una semana de homenajes, pompas fúnebres y revisión histórica que a los ricardistas nos ha hecho un poco más felices de lo que lo éramos antes. No del todo, porque reescribir la historia es aún más difícil que el que le toque a uno la lotería. Pero en ello estamos.


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La reconversión humana, Ángel Falcón
Ediciones Trea. Gijón, 2014.
348 pp. 20,00 €


Victoria R. Gil


Una novela postapocalíptica y coral. Un radiografía de nuestro siglo XXI hiperconectado y violento. Una farsa inmisericorde sobre la estirpe mezquina y codiciosa que formamos los humanos. Todo eso y mucho más es La reconversión humana, la primera novela del periodista Ángel Falcón, que sorprende más por su resistencia a encajar en un género literario concreto que por su ambición narrativa. Filosofía, sociología, música, arte, periodismo, política, corrupción, monarquía, alta finanzas… Nada falta, ni siquiera la religión, entendida como una ideología ética y humanista enfrentada a intereses más terrenales, porque el germen de esta historia surgió, según admite el propio autor, de la pregunta: ¿Qué ocurriría si Jesucristo volviese a la tierra?

Y eso es lo que sucede en esta novela. Aunque antes se desate un ataque cibernético que deja sin energía la mayor parte del planeta, haga caer los aviones en pleno vuelo y provoque un caos en el que sobrevivir se vuelve una lucha cruenta. Aquí todo es posible, hasta lo más absurdo. Incluso que Jesús se pasee por ese indeterminado Norte que comparte maneras y geografía con una Asturias convertida en el último refugio posible sobre la tierra; tan olvidada siempre que ni la tercera guerra mundial se toma la molestia de considerarla un objetivo. Esta conexión no se le escapará al lector atento cuando descubra que la ciudad se llama Cimadevilla (la calle principal de Oviedo durante varios siglos) y que se planea construir un parque temático-religioso en torno a unas misteriosas reliquias aparecidas en el Monsacro (nombre éste de uno de los pozos mineros más conocidos de la región).

Desde el mismo Papa hasta una pareja de príncipes herederos que no ven el momento en que el rey (padre y suegro de ambos) abdique, pasando por Bob Dylan, el poeta Ángel González, un general franquista y el propio Jesús cruzan sus pasos en esta novela tan densa como un agujero negro que todo lo contiene.

El estilo de Falcón es ambicioso y, aun mejor, carece de prejuicios. No busca apabullar al lector con una grandilocuencia impostada ni se deja encorsetar por algún molde preestablecido para la novela de ciencia ficción, psicológica o de crítica social. La reconversión humana es todas ellas a la vez y ninguna en particular. Sorprende y deleita leer la tensión previa a una reunión entre tiburones financieros, descrita con el vigor de una batalla épica: «Allí, delante de sus ojos, en aquellas hojas bañadas de gráficos descendentes, activos circulantes, fondos de maniobra y apalancamientos, Corín contemplaba el mapa de la batalla: veía el golfo de Lepanto, a Juan de Austria y Andrea Doria, las maniobras turcas de envolvimiento, el cuerpo a cuerpo bestial, la gran matanza. Cuarenta mil muertos en cuatro horas, la cabeza de Ali Pachá clavada en una pica, miles de jenízaros eviscerados y un manco glorioso». Sus personajes se muestran con pinceladas impresionistas que los retratan con exactitud: «Formaban una pareja de punto y coma. La figura quijotesca de El Rata, su melena enmoñada burdamente en la gorra, el cuerpo decrépito de Arribas, las ropas holgadas fabricando forúnculos y cavidades».

Con 25 años de dedicación al periodismo, que Ángel Falcón desconfía del poder, ya sea político o económico, y de sus órganos de propaganda resulta evidente. Pero también lo es que aún encuentra motivos para salvar una profesión a la que demasiadas malas decisiones han empujado hacia el abismo por el que lleva años despeñándose. En medio del caos y de la rapiña, cuando ya nada parece importar, un veterano periodista se atrinchera en la solitaria redacción de la que han huido todos sus colegas y elige despedirse de la vida haciendo lo único que sabe: contarle al mundo lo que está pasando. Aunque el mundo no quiera saberlo o esté demasiado ocupado peleando por los despojos.

Pocos personajes, aparte de este periodista, menos descreído de lo que él mismo se imagina, son dignos de redención de los muchos que viven en esta novela, que oculta muchas otras bajo las capas de una narración intensa y singular. Tal vez por eso uno se pregunta, como el autor, si lejos de reconversiones industriales o financieras, lo que este mundo necesita con más urgencia no será una reconversión humana que nos devuelva la conciencia, la justicia, y la solidaridad. Si es que alguna vez fueron nuestras.


Publicado originalmente aquí.



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