Mujeres Asturianas: Consuelo Muñiz



Llevaba seis meses trabajando en La Voz de Asturias cuando conocí a Consuelo Muñiz. Lo mejor de mi profesión, junto con la posibilidad de vivir de lo que escribes (casi siempre) es conocer a personas que de no ser por ese trabajo, difícilmente se cruzarían en tu vida.

Llegué a ella por un reportaje que me habían encargado sobre la Asociación Rosario Acuña de Viudas de la Guerra Civil, de esos que te etiquetan ya antes de salir de la redacción: Que haya mucho interés humano, ya sabes, que llore hasta el linotipista (Hace años que ha desaparecido esta figura de los periódicos, pero también seguimos hablando de los duendes de las linotipias y aún está por demostrar que existan los trasgos adictos a la tinta de impresión).

Hablamos de su historia, que era triste, como la de tantos otros que vivieron aquella contienda y sus consecuencias, porque si las guerras tienen un prólogo, los epílogos suelen arrastrarse durante décadas por las cloacas. En su caso, tras siete años de matrimonio y tres hijos, su marido fue fusilado en el 38 y su cadáver abandonado en Brañadales (Caso).

52 años después, Consuelo admitía recordar mejor su corta vida de casada que el número de teléfono de sus nietos. Tras la guerra se trasladó a Oviedo y se las arregló para sacar adelante a sus hijos gracias a una casa de huéspedes por la que pasaron, entre otros, Alejandro Rebollo, el que fuera diputado y presidente de Renfe.

Y un día, pasados ya los 60 años, Consuelo empezó a escribir poemas para exorcizar los recuerdos del marido muerto. Y quizás porque las palabras no le bastaban, también comenzó a pintar. Y ya nunca paró de hacerlo.

Tenía 80 años cuando la conocí y, una vez escrito y publicado el reportaje, y exenta yo de la obligación de hacer llorar a nadie, volví a visitarla durante un tiempo con la excusa de ser casi vecinas, que de Buenaventura Paredes a Gascona no iba más que un trecho.

A ella no le extrañaba que me presentara de repente una tarde y le llevara pasteles, simplemente me servía un café y volvía a enseñarme la habitación que había convertido en estudio y donde ni un centímetro de pared se veía libre de pinturas

No sé si vendió un cuadro alguna vez o si todos los regaló, ni si queda constancia de las exposiciones en las que tomó parte. Tampoco sé qué fue de ella. Un día me fui a vivir a un barrio en expansión y Pumarín ya no me quedaba en ruta hacia ningún lugar.

Pero si a Guy Pearce la bastaba con decir Rollo Tomasi en LA Confidential para recordar por qué quería ser policía, mi recordatorio contra el desánimo y contra la idea de que es demasiado tarde o soy demasiado vieja, es Consuelo Muñiz.

Ya la alborada resplandece

ya subiste la colina,

ya te bajaron a los bosques,

te acogió la neblina,

ya amanece…

Te azotaron los hombres,

te quitaron la vida.

¡Oh, Señor!

Tú qué das la vida,

¿por qué la quitan los hombres?



Foto de José Vallina (LVA)







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