Había
oído que en los bazares de todo a 1 euro, donde ya nada cuesta 1 euro, se vende
de todo. Pero nunca habría imaginado que ese ‘de todo’ fuera tan total. Entrar
en uno de ellos es como perderse en un zoco. Vale que te encuentres lencería de
colores tan extravagantes que ni sabías que estuvieran en el espectro visible;
tornillería suficiente como para que Herman Munster obtenga repuestos para varias vidas;
zapatos de inverosímiles tacones que harían las delicias de cualquier
drag-queen, y todo tipo de cachivache, chisme, trasto y chirimbolo cuya
finalidad ni alcanzo a imaginar.
Pero, ¿realmente alguien
coloca este tipo de adornos en la vitrina del salón, la repisa de su chimenea
(si la tuviera), o la estantería del recibidor? Y no lo digo por moralidad,
conste, lo digo por simple cuestión estética. Imagino las caras de las visitas
según entran y se topan de frente con la Dómina y su pony-girl. Y cuestan las
figuritas de marras ¡¡¡13 euros!!! Más caro que un menú del día (precio medio)
en esta ciudad.
Cualquier
día me animo y pregunto qué se vende más, la figura sado-maso, el rodillo
vibrador o la butterfly pillow.