Chorradas, tonterías y pérdidas de tiempo


Hoy estoy muyyyy vaga, así que únicamente os dejo unos enlaces a webs con utilidades para generar imágenes chorras, como éstas que os he colgado, avatares, y demás bobadas con las que perder el tiempo cuando no tengáis nada que hacer o necesitéis distraer con urgencia a esos locos bajitos cualquier sábado lluvioso de estos.


















































La más buscada a este lado del Mississippi









Escalera de Color





Fotos: Raymond Shay y obtenidas de flickr.

Anecdota, que algo queda (del verbo 'anecdotar')




"Diario Aragón Exprés. Principio de los años 70.

El redactor gráfico del periódico, Fernando García Luna, termina de revelar el reportaje fotográfico que ha realizado en una competición hípica de importancia celebrada esa mañana en Zaragoza. Al terminar, y satisfecho por cómo han quedado las instantáneas de los saltos más espectaculares del concurso, presenta las fotos a Eduardo Fuembuena, director y propietario del diario. Fuembuena las mira una a una y luego las rompe por la mitad y las tira a la papelera mientras al fotógrafo se le ponen los ojos como ensaladeras.

-Vamos a ver, Luna. ¿Los caballos compran periódicos? ¿Ha visto usted alguna vez a un caballo comprando un periódico en un quiosco?

-Pues no, Don Eduardo.

-Gente, Luna. Sáqueme usted a la gente y déjese de caballos.

-Es que era un concurso hípico.

-El público, Luna. El que compra periódicos es el público Todavía, que yo sepa, no tenemos ni un solo caballo como suscriptor.

Véanse las hemerotecas. Tanto en el semanario Zaragoza Deportiva, como en el diario Aragón Exprés, ambos propiedad de Eduardo Fuembuena, aparecían más fotografías de los espectadores en los acontecimientos de la ciudad, que de los propios acontecimientos.

García Luna se hizo un experto en estar al tanto de los terrenos de juego, mientras fotografiaba mayormente a la gente de las gradas".

Ésta es una de las historias que se recogen en el libro Los caballos no compran periódicos, en el que se plasman las anécdotas de 111 periodistas de Aragón. (Para acceder a la versión íntegra aquí).

Leyendo este libro he recordado, como es inevitable, no sólo las 111 sino las 1.001 y aún más historias ‘verídicas’, chascarrillos y alguna que otra leyenda urbana que entre todos mis colegas periodistas podríamos reunir de los últimos 20 años de profesión en Asturias. No hace muchos días, en esa comida ‘fraternal’ con motivo de San Francisco de Sales, yo planteaba mi interés en escribir ese libro, con pseudónimo, claro, porque alguna de esas anécdotas nos podría suponer a los implicados en su difusión no volver a trabajar como periodista en la vida (como poco) o terminar flotando sobre la ría de Avilés (como mucho).

Sería divertido recordar las más llamativas boinas que se han puesto en la prensa regional. (Para los no iniciados, boina se refiere a la búsqueda de la conexión asturiana en cualquier tipo de noticia, hasta llegar a lo estrafalario. Ejemplo: el ‘asturiano’ que un periódico regional encontró en el Titanic).



Esto de la boina es internacional, no vayáis a creer que somos los únicos que nos miramos el ombligo. En la película The Paper (Al filo de la noticia), ésa en que Glenn Close y Michael Keaton se lían a puñetazos en la rotativa, hay una escena real como la vida misma que podría trasladarse a cualquier redacción asturiana y de cualquier ciudad o país del mundo: reunión de jefes de sección y redactores jefe para decidir que noticias se publicarán y con qué relevancia. Cada responsable canta su tema: Accidente de avión en las Bahamas. 45 muertos. Única pregunta como principal elemento de valoración de la misma: ¿Alguno de Nueva York?

En esta menestra ‘anecdotaria’, cualquier periodista asturiano recordará los desplantes y exabruptos con que se despachó Fernán Gómez en una de las ediciones de los Premios Príncipe de Asturias, la majestuosa melopea con que Umbral subió las escaleras del Campoamor a recoger su premio, indiferente al ceño fruncido con el que la Reina le observaba desde su palco, y la versión (aún no sé si leyenda urbana) que justifica el imparable ascenso de un colega autóctono hasta el gabinete de prensa de uno de los ministros más ministro del Gobierno del PP en la encendida recomendación que hizo de él un jefe de sección de un periódico regional, desesperado por librarse de sus insistentes llamadas para ofrecer sus servicios.


Todos conocemos aquel político que te llamaba desde el otro extremo del mundo, si era necesario, para preguntarte: ¿Me buscabas? Es que tengo una llamada perdida…. O aquél otro que, lejos de la accesibilidad informativa del anterior, respondía al móvil sólo hasta que se percataba de que quien le llamaba era un periodista. Entonces era atacado de una repentina sordera: ¿Velda…? ¿Eres tú…? ¡¡¡No oigo nada!!!! ¿¿Síiii..?? ¡¡¡No te oigo!!! Y te colgaba sin cortarse ni un pelo.

Había un tercero al que había que llamar siempre dos veces (complejo de cartero se te quedaba), la primera para explicarle qué deseabas preguntarle y la segunda para darle tiempo a escribirlo y no meter la pata. Dado que era el mismo que defendía en la Junta General del Principado la permanencia de las empresas ‘erradicadas’ en la región, era aconsejable esta precaución.

En mi particular top ten de anécdotas se lleva la palma José María Aznar o, siendo generosa, su jefe de prensa. Durante la campaña de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 1995, como redactora de política de La Voz de Asturias y ante la imposibilidad de que el por entonces jefe de la oposición concediera una entrevista en persona, le envié un cuestionario de preguntas vía fax (bendito correo electrónico). El cuestionario, monotemático sobre la campaña electoral, no hacía la más mínima mención al atentado de ETA del que había salido ileso un mes antes.

Cuando vino de vuelta con las respuestas de Aznar, a mi cuestionario original le había nacido una pregunta que yo no había incluido sobre el mencionado atentado, y su respuesta (cito de memoria el inicio, pero guardo copia de la entrevista publicada para la posteridad) era: “No me gusta que me pregunten por el atentado porque no es un tema que desee rentabilizar en la campaña electoral”.


Fotos: La redacción de un periódico brasileño y un fotograma de The Paper.


De cómo los gatos nunca se domestican del todo




Sólo para los muy amantes de los felinos y/o esclavos sufridores, que no dueños, de algún animal de esta familia de carnívoros. Y son carnívoros, vive Dios, ¡cómo muerden los muy catus!

PS. Esta entrada fue colgada y retirada 2’ después, cuando me di cuenta de que en el proceso de conversión del video de flash a avi se grabaron otros sonidos del ordenador, como la emisora de radio que estaba escuchando en ese momento. Daniel G. Granda, más rápido que el rayo, escribió un comentario en ese lapso de tiempo, del que dejo constancia aquí, no se vaya a creer que los duendes del ciberespacio se lo escamotearon.
Daniel: Porque tienen cierta inteligencia y algo de independencia. No son del "regimen". 

Y luego decís que la informática no está como una maniega. Y yo más, de pelearme con ella a diario. xDD






San Paco nos coja confesados




Hoy es San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, por eso ayer, como todos los años por estas fechas, la Asociación de la Prensa de Oviedo celebró su tradicional comida que sirve, entre otras cosas, para homenajear a algún veterano profesional y ver a los colegas que, por trabajo o lejanía física, sólo te topas una vez al año aprovechando esta cita gastronómica.

De las diez personas con quien compartí mesa, tres somos ‘autónomas’, con mucha actividad, pero poca rentabilidad. Una dispone de un empleo más o menos estable, más o menos bien pagado, y el resto trabaja en La Voz de Asturias, sinónimo estos días de ‘negro futuro’ (y ojalá me equivoque).
Supongo que por esa coincidencia en nuestra inestabilidad laboral, el tema de conversación estrella fue el de Las Mil Maneras de Llegar a Fin de Mes.

Apagar la calefacción durante la noche y mantenerla a una temperatura media durante el día que no haga parecer tu casa como si fuera el Valle de los Reyes. Comprar marcas blancas. Cocoonizar más (invitar en casa) y salir menos. Compartir el coche. Comprar ropa en rebajas. Pasear sin mirar escaparates. Sustituir las llamadas por sms. Y hacer al menos dos tés con la misma bolsita. Tras esta última propuesta la realidad se nos antojó demasiada dura para seguir encarándola sin, al menos, un breve escape en forma de orujo.

Qué miedo me da el 2009. Y cómo me cabrea que día sí, día no, salga alguna organización empresarial (la última la FADE) a reclamar contención salarial, cuando hay empresas que llevan manteniendo esa contención desde hace años, aún en momentos de bonanza, cuando los beneficios eran tales que hasta resultaban obscenos. ¿Por qué siempre se socializan las pérdidas, pero nunca las ganancias? ¿Por qué las empresas sólo defienden la intervención del Gobierno cuando las cosas se tuercen, pero en cuanto se arreglan, si te he visto no me acuerdo? ¿Por qué debemos pagar todos la irresponsable actividad de un libre mercado, cuya libertad se basa únicamente en que otros se queden con las ganancias y la inmensa mayoría con las pérdidas?
¿De verdad que a veces no sentís el irrefrenable deseo de tomar La Bastilla o asaltar el Palacio de Invierno?



Foto de Jesús Farpón: El presidente de la Asociación, José Antonio Bron (a la izquierda) entrega el premio que reconoce toda una vida de profesionalidad a Eugenio Suárez.

¡Llego tarde, llego tarde... !




Esta semana me ha faltado únicamente el pompón algodonoso (vale, y las orejas, que las mías son algo más pequeñas) para verme convertida en el conejo de Alicia, corriendo de un lado a otro de un Oviedo que ha sido sucesiva e, incluso, simultáneamente, nevoso, lluvioso, ventoso y tropical. Más que correr he trotado calle Jesús arriba, Calleja de los Huevos abajo, con el obligado patinaje para cruzar la Plaza de la Constitución, doble axel incluido, picado y recepción (aterrizaje, seamos sinceros) sobre zona blanda. Si hay una fórmula que nunca falla en ésta, mi ciudad, es la de tacones + lluvia + baldosas carbayonas = culada (y calada) segura.

Había previsto que reciclarme a los 46 sería arduo y complejo, incluso hasta un poco desmoralizador, pero no había imaginado que sería tan cansado. He efectuado (y recibido) tantas llamadas que mi operadora me nombrará cliente del mes y seguro me envía una banda dorada con el lema: Agradecemos tu contribución a nuestra cuenta de resultados. He tomado tal cantidad de cafés ‘de negocios’ que por fuerza me ha subido la presión arterial y la mala hostia (más que nada porque yo casi nunca lo bebo). Y he dejado tantas tarjetas en tantos despachos que si Gabino (De Lorenzo, of course) quisiera podría construirme un camino de baldosas naranjas sólo para mí. ¡La de dobles axel que me ahorraría!

Como dice una amiga: Ya no soy parada, soy autónoma, a pesar de que siga sin trabajo. Y es que lo contrario de parado no es activo, sino "trabajador por cuenta propia", según he comprobado esta semana.

Aunque yo, sospecho, más que autónoma soy autótoma: cuando me pisan la cola, se la regalo al depredador de turno, que ya me crecerá otra.



Foto: Colinas azules, de Ruzova.

La hija del tiempo (Contiene spoilers)





Ricardo III era para mí, supongo que como para la inmensa mayoría, un rey de Inglaterra de la casa de York (dinastía Plantagenet, es decir, descendiente de Enrique II y Leonor de Aquitania), que formó parte del momento histórico marcado por la Guerra de las Dos Rosas. Cruel, ciegamente egoísta y ambicioso, y deformado por una joroba. Pero un día leí la novela policíaca más sorprendente con la que me he topado nunca: La hija del tiempo, de Josephine Tey (seudónimo de Elizabeth Mackintosh), donde el inspector de Scotland Yard Alan Grant, inmovilizado en el hospital a causa de un accidente y aburrido por la obligada inactividad, inicia una investigación sobre Ricardo III, ayudado por biografías y libros de consulta, y la inestimable colaboración de un joven historiador.

Grant encara los hechos documentados que su amigo reúne en el Museo Británico con métodos policiales: sospechosos, móviles, coartadas, reacciones fuera de lugar, personas beneficiadas, etc… Y la conclusión a la que llega es sorprendente: Ricardo no sólo no mató a sus sobrinos, que le preceden en la línea de sucesión a la Corona de Inglaterra, sino que actuó durante toda su vida de un modo leal a su familia y a su hermano mayor, el rey Eduardo IV, y fue magnánimo con sus enemigos, incluso con aquéllos que incurrieron en traición, como fue el caso de otro de sus hermanos, el Duque de Clarence, hasta el punto de nombrar al hijo de éste su propio heredero.








Por no ser, Ricardo podría no haber sido siquiera deforme ni tullido. Y tanto en el caso de sus supuestos crímenes (se le ha llegado a acusar, según algunas versiones, de haber asesinado a dos de sus hermanos, a dos de sus sobrinos y a su propia esposa) como de su contrahecho aspecto físico, todo podría deberse a la interesada y metódica campaña de difamación llevada a cabo por Enrique VII, el primer rey de la dinastía Tudor, quien venció a Ricardo en la batalla de Bosworth (aquélla de ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!), que puso fin a la Guerra de las Dos Rosas.

Una primera biografía escrita por Tomás Moro (basada, posiblemente, en un texto previo del Obispo de Ely, John Morton, enemigo acérrimo de Ricardo III) sentó las bases de su leyenda negra. Moro, que tenía siete años cuando murió Ricardo, fue canciller de Enrique VIII, por lo que siempre estuvo ‘a las órdenes’ de los Tudor, hasta que les plantó cara y eso le costó la cabeza.

En esa biografía se basó William Shakespeare para escribir su famoso drama Ricardo III, responsable de grabar ya para siempre esa imagen negativa en los siglos posteriores. Lo que no quita para que, verídica o no históricamente, la historia de ese rey manipulador, cruel y maquiavélico sea apasionante.

(Del libro)

“Grant dejó a un lado las historias personales y empezó a pensar como un policía. Ya iba siendo hora de ordenar el caso, de dejarlo en regla. (....)
Cogió el cuaderno y la pluma y comenzó a escribir.

Caso: Desaparición de dos muchachos (Eduardo, príncipe de Gales; Ricardo, duque de York, hijos del fallecido Rey Eduardo IV) de la Torre de Londres. 1485, aproximadamente.

Ricardo III

Historial anterior:

-Bueno. Excelente historial en el servicio público y buena reputación en su vida privada. Característica más destacada que se desprende de sus actos: buen juicio.

-Con respecto al presunto crimen:

-No obtenía ningún beneficio. Había otros nueve herederos de la casa de York, entre ellos, tres hombres.
-No se presentó ninguna acusación en la época.
-La madre de los chicos (su cuñada y viuda de Eduardo IV) mantuvo buenas relaciones con él hasta que Ricardo murió, y las hijas asistían a las fiestas de palacio.
-Se ocupó del mantenimiento de todos ellos con generosidad y les garantizó su posición regia.
-Su derecho a la Corona era incontestable, ratificado por un decreto del Parlamento y por aclamación popular. Los muchachos ya habían sido excluidos de la línea sucesoria y no representaban ningún peligro para él.
-Si le hubiera preocupado un posible descontento, la persona de quien debería haberse librado no eran sus sobrinos, sino el siguiente en la línea sucesoria, Conde de Warwick (hijo de su hermano el Duque de Clarecen), a quien nombró públicamente su heredero tras la muerte de su hijo legítimo.


Enrique VII 

Historial anterior:

-Aventurero. Vive en cortes extranjeras. Hijo de madre ambiciosa. Nada negativo respecto a su vida privada, que se sepa. Ningún cargo ni ocupación públicos. Característica más destacada que se desprende de sus actos: astucia.

-Con respecto al presunto crimen:

-Muy importante para él que los chicos no continuaran con vida. Al abrogar el decreto que reconocía la ilegitimidad de los hijos de Eduardo IV (para legitimizar su derecho al trono tras casarse con la hermana de los dos muchachos), el mayor pasó a ser rey de Inglaterra, y el menor, el siguiente heredero.
-En el decreto que presentó ante el Parlamento para la anulación de los derechos de Ricardo acusaba a éste de tiranía y crueldad convencionales, pero no mencionaba a los dos príncipes. Conclusión inevitable: estaban vivos y se conocía su paradero.
-La madre de los niños fue despojada de sus bienes y la enviaron a un convento 18 meses después de que Enrique accediese al trono.
-Tomó medidas inmediatamente para tener bajo control a los demás herederos de la Corona y los mantuvo estrechamente vigilados hasta que pudo deshacerse de ellos con el mínimo escándalo.
-No tenía ningún derecho al trono. Desde la muerte de Ricardo, Warwick era de jure, rey de Inglaterra (a quien ejecutó acusado de traición).





(....)

--¿Sabe qué me convence a mí más de la culpabilidad de Enrique? El misterio.
--¿El misterio?
--Sí, el aire de misterio, el secreto, su forma furtiva de actuar. Verá, Ricardo no tenía necesidad de misterios, pero el éxito de Enrique dependía de que los niños acabaran sus días de un modo misterioso. Nadie ha hallado ninguna razón que justifique el modo que supuestamente siguió Ricardo, tan furtivo. A mí me parece delirante. Tenía que saber que no funcionaría, que tarde o temprano le obligarían a rendir cuentas de la desaparición de los príncipes. Ricardo esperaba reinar muchos años. Nadie ha sabido explicar por qué eligió unos medios tan complicados y peligrosos cuando disponía de muchos otros y muchos más sencillos. Podría haber ordenado que los asfixiaran y haber expuesto después los cadáveres para que todo Londres desfilara ante ellos y llorase la pérdida de dos chavales tan jóvenes que habían muerto de fiebres. Así lo habría hecho Ricardo. Pero si el objetivo que perseguía al matarles era evitar una sublevación a favor de los niños, para sacar algún provecho del asesinato tendría que haber dado a conocer su muerte, y lo antes posible. Si la gente no sabía que habían muerto, el plan se vendría abajo. Pero pasemos a Enrique. Él sí necesitaba encontrar un modo de quitarlos de en medio, y tenía que ser secreto, para ocultar en qué circunstancias y cuándo habían muerto. El éxito de Enrique dependía de que ‘nadie’ se enterase exactamente de qué les había ocurrido exactamente a los niños.

(....)

Por primera vez desde que iniciara la búsqueda de la verdad sobre Ricardo, Grant leyó lo que decía aquel texto escolar sobre la villanía del monarca. Allí estaba, inequívocamente impresa, la terrible infamia. Sin un ‘quizás’ ni un ‘acaso’. Sin ningún interrogante, sin ninguna reserva.

Cuando estaba a punto de cerrar aquel educador ejemplar, su mirada cayó sobre el inicio del reinado de Enrique VII y leyó: “Los Tudor siguieron una política meditada y firme: deshacerse de todos los pretendientes a la Corona, especialmente de los herederos de la casa de York que continuaban con vida después de que Enrique VII accediera al trono. Tal política dio grandes resultados, si bien fue Enrique VIII el encargado de librarse del último”.


Grant se quedó mirando aquel párrafo, tan franco y tan sencillo, aquella plácida aceptación del asesinato a gran escala, aquel reconocimiento de la eliminación sistemática de una familia entera. Se atribuía a Ricardo III haber eliminado a sus dos sobrinos, y su nombre era sinónimo de maldad. Pero a Enrique VII, cuya “política meditada y firme” consistió en destruir a toda una familia, se le consideraba un rey astuto y previsor. Quizás no un personaje demasiado encantador, pero sí constructivo y laborioso y, por añadidura, un triunfador.


Grant se dio por vencido, jamás llegaría a entender la historia”.

(Fin del extracto)

Lo más curioso es que, al parecer, en cuanto la dinastía Tudor fue sustituida por la de los Estuardo, empezó a revisarse la historia de siglos anteriores y ya en el XVII aparece la primera vindicación de Ricardo III. El famoso escritor y político Horace Walpole escribiría otra en el siglo XVIII y así sucesivamente. Incluso hoy en día, la Richard III Society, creada con el fin de limpiar la memoria del rey, ha impulsado varios juicios públicos, televisados algunos de ellos, donde se recrearon los hechos históricos y que en todos los casos se saldaron con la declaración de inocencia de Ricardo.

En un momento de la novela, el inspector Grant califica la leyenda negra de Ricardo de tonypandy, nombre de una ciudad galesa en la que en 1910, en medio de una huelga minera, se produjeron unos disturbios que el entonces Ministro del Interior, Winston Churchill, habría sofocado enviando al ejército. Algunas crónicas hablan de violentos enfrentamientos y hasta de muertes, a pesar de que Churchill (según otras versiones, entre ellas, claro, la del propio interesado ante el Parlamento Británico) asegurase que únicamente envió a Gales un destacamento de policías londinenses desarmados como refuerzo de la policía local y que, por supuesto, no se produjo muerte alguna.

Por si no se nota en esta entrada, la más larga –incluso contra todas las normas de estilo blogueras— que he publicado aquí, este tema me apasiona casi tanto como me desconcierta, porque, como también se habrá apreciado, yo había tomado partido por Ricardo aun antes de acabar esa novela. ¿Que Ricardo puede ser, en realidad, el maléfico personaje que conocemos? Por supuesto, pero los tonypandys existen y todos los sabemos, y cómo reescriben la historia los vencedores, también es de todos conocido.


La verdad es la hija del tiempo 
(antiguo proverbio)



Imágenes del libro de Josephine Tey, Laurence Olivier en el Ricardo III de Shakespeare, Enrique VII y los hijos de Eduardo IV.


Edgar Allan Poe


"Una vez, en una taciturna media noche,
mientras meditaba débil y fatigado,
sobre un curioso y extraño volumen
de sabiduría antigua,
mientras cabeceaba, soñoliento,
de repente algo sonó,
como el rumor de alguien llamando
suavemente a la puerta de mi habitación.
Es alguien que viene a visitarme –murmuré-
y llama a la puerta de mi habitación.
Sólo eso, nada más. "

Estos días, preparando la entrada que seguramente colgaré mañana sobre como los intereses políticos y el control sobre la información del bando vencedor, la recién estrenada dinastía Tudor, manipularon la figura histórica de Ricardo III hasta convertirlo en ese grotesco personaje que hoy todos conocemos, deformado de cuerpo y mente, me sorprendía lo difícil que resulta cambiar una creencia establecida, a pesar de las pruebas objetivas y las evidencias en su contra.

"Mirando a través de la sombra,
estuve mucho rato maravillado,
extrañado dudando, soñando más sueños que
ningún mortal se habría atrevido a soñar,
pero el silencio se rompió
y la quietud no hizo ninguna señal,
y la única palabra allí hablada fue
la palabra dicha en un susurro ¡Leonor!
Esto dije susurrando, y el eco respondió
en un murmullo la palabra ¡Leonor!
Simplemente esto y nada más."

Hoy, que pensaba sólo recordar a uno de esos grandes autores de la literatura universal en el bicentenario de su nacimiento, Edgar Allan Poe, me he encontrado con una situación muy similar.

"Empujé la ventana hacia afuera,
cuando, con una gran agitación
y movimientos de alas
irrumpió un majestuoso cuervo
de los santos días de antaño.
No hizo ninguna reverencia;
no se paró ni dudó un momento;
pero, con una actitud de Lord o de Lady,
trepó sobre la puerta de mi habitación,
encima de un busto de Blas,
encima de la puerta de mi habitación.
Se posó y nada más."

Todos hemos estudiado o leído que Poe murió a causa de un ataque de delirium tremens provocado por su alcoholismo. Algunos, quizás, habrán descubierto con el tiempo que, en realidad, las verdaderas causas de su muerte no están muy claras y que existen varias teorías al respecto, pero hasta ayer yo no supe que hubo una persona a la que historiadores y biógrafos de Poe responsabilizan de esa imagen de dipsómano, bebedor y drogadicto que invariablemente va unida al escritor.


“Me senté, ocupado en averiguarlo,
pero sin pronunciar una sílaba
frente al ave cuyos fieros ojos, ahora,
quemaban lo más profundo de mi pecho;
esto y más conjeturaba,
sentado con la cabeza reclinada cómodamente.
Tendido en los cojines de terciopelo
que reflejaban la luz de la lámpara.
Pero en cuyo terciopelo violeta,
reflejando la luz de la lámpara,
ella no se sentará ¡ah, nunca más!”

La Edgar Allan Poe Society of Baltimore, además de todo tipo de información sobre su vida y su obra, ofrece un muestrario de teorías sobre las causas de su muerte e incluye los resultados de un análisis que buscaba residuos de metales pesados en el cabello de Alan Poe y su mujer Virginia, ya que uno de los motivos que se barajan es el progresivo envenenamiento a causa de la iluminación de gas que se utilizaba aquella época en las viviendas.

"-Profeta -dije-, ser maligno,
pájaro o demonio, siempre profeta,
por ese cielo que se cierne sobre nosotros,
por ese dios que ambos adoramos,
dile a esta pobre alma cargada
de angustia, si en el lejano Edén
podré abrazar a una joven santificada
a quien los ángeles llaman Leonor,
abrazar a una preciosa y radiante
doncella a quien los ángeles llaman Leonor.
El cuervo dijo: Nunca más."

También da cuenta de cómo Rufus Wilmot Griswold, crítico y editor, enemistado con Poe desde hacía años, se convirtió en su albacea literario, siendo el primero en publicar tras su muerte una biografía del escritor, que acompañaba a la edición de un volumen de sus obras. Biografía en la que se presenta al mundo por primera vez esa supuesta vida disipada de Allan Poe.

"-Que esta palabra sea la señal de nuestra separación,
pájaro o demonio - grité
incorporándome.
¡Vuelve a la tempestad
y la ribera plutoniana de la noche!
No dejes ni una pluma negra como prenda
de la mentira que ha dicho tu alma.
¡Deja intacta mi soledad!
¡Aparta tu busto de mi puerta!
¡Aparta tu pico de mi corazón,
aleja tu forma de mi puerta!
El cuervo dijo: Nunca más."

Como supongo que ya habréis reconocido, los fragmentos de The Raven (El Cuervo) acompañan esta entrada, el más famoso de los poemas de Poe. Además de ser el autor de esos maravillosos relatos que todos hemos leído: El pozo y el péndulo, El corazón delator, el gato negro, etc...) fue poeta, periodista y ensayista, escribió numerosos relatos de humor, satíricos y metafísicos, y avanzó en sus historias lo que sería la ciencia ficción, el terror y las novelas policíacas. Si Conan Doyle inventó a Sherlock Holmes fue porque primero existió Auguste Dupin, el analítico detective que resolvió Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y el caso de La carta robada.

“Y el cuervo sin revolotear, todavía posado,
todavía posado,
en el pálido busto de Palas
encima de la puerta de mi habitación,
sus ojos teniendo todo el parecido
del demonio en que está soñando,
y la luz de la lámpara que le cae encima,
proyecta en el suelo su sombra.
Y mi alma, de la sombra que yace flotando
en el suelo no se levantará...
¡Nunca más!”

Boston, 19 de enero de 1809 - Baltimore, 7 de octubre de 1849
Fotos: Grabados de Gustave Doré e imagen obtenida de www.thetell-taleheart.com






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