Me
gustan las personas modelo huevo kinder. Con sorpresa dentro. De ésas con las
que te subes a un tren de largo recorrido que jamás llega a término porque
siempre queda una estación más en la que recalar y un nuevo paisaje por
descubrir.
Son
icebergs, no por su frialdad, sino porque mantienen una mínima parte de sí
mismas a la vista de todos y el resto sólo al alcance de quien esté dispuesto a
nadar en aguas profundas.
Disfruto
despojándolas de sus sucesivas capas, despacio, con el tiempo de mi parte,
sabiendo que me esperan un estrato y otro y otro, que puedo llegar al
Mesozoico, atravesar el Paleozoico y desembocar en el Precámbrico y aún más
allá, en el núcleo ígneo e incandescente donde todo nace.
Me
gustan las personas así, que no se acaban nunca. Poliédricas y cubistas, pero
con una sola cara que no disfrazan de máscaras, como la cinta de Moebius. No
son falsas, pero sus caminos son arduos de recorrer. Y ese esfuerzo te deja
agradablemente cansado y satisfecho.
Me
atraen la pasión y el arrebato que suelo encontrar en sus meandros. Quizás
porque soy de las que buscan subvertir las tradiciones y rebasar los límites.
“Odio
las almas estrechas
sin
bálsamo ni veneno,
hechas
sin
nada malo ni bueno”
Nietzsche
Foto:
Shuki Dan