Esto de la blogosfera es un mundo curioso, lleno
de ritos y protocolo, de normas de educación no escritas. Y de adicción. Mucha
adicción, lo que hace que cada vez me acueste más tarde y arrastre unas ojeras
que ni la Charo López. Porque, aunque cada uno actualiza su blog cuando le
apetece o buenamente puede, yo suelo hacerlo a las doce de la noche, y tras
eso, inicio mi vagabundear bloguero. Eso sí, tras comprobar que la plantilla no
me la ha vuelto a liar, que el Explorer y el Mozilla se dignan sincronizarse y
mostrar las cosas como deben verse, que los párrafos no han decidido bailar un
tango agarrao y que no me he olvidado de justificar el texto para que no se me
queden las pobres líneas viudas y plañideras.
Sólo entonces hago mi ronda diaria. Con la tranquilidad
y la atención que se merece quien ha estado preparando su post con esmero. Voy
visitando saloncitos, primero los de aquéllos que, en estos meses, ya son de
confianza y en los que sé que voy a encontrarme a gusto. Después, si hay
tiempo, me dejo llevar por la orgía de los links hasta el infinito y más allá.
Observo la decoración, escucho las conversaciones,
las que propone el dueño o las que van surgiendo a través de los meandros por
que circulan otros visitantes que llegaron antes. A veces dejo mi tarjeta y me
prometo regresar, lo que suele tener como consecuencia que el anfitrión me
devuelva la visita. Pero otras salgo corriendo y borro hasta el historial de
navegación, no sea que vuelva a aparecer en el mismo sitio por error.
Una fuga semejante la suele provocar, sobre todo,
la apariencia de algunos blogs, más que su contenido. No todos me interesan
tanto como para repetir visita, pero tampoco me producen ese rechazo. Imagino
que os habréis topado alguna vez con uno de esos llenos de gifs animados,
gadgets varios, más colores que un pantone, textos ilegibles sobre fondos
psicodélicos, aluvión de fotos y enlaces imposibles de asimilar.
Hay blogs para cada cosa que se os pueda ocurrir,
como ya habréis comprobado por vosotros mismos: moda, alegrías gastronómicas,
diarios fotográficos de hijos recién nacidos o de la casa recién comprada,
bailes, modelos, mascotas, sexo, política, incluso sexo-política (una
estudiante prometía quitarse una prenda de ropa por cada mentira cazada en una
reciente campaña electoral), deportes, viajes, libros, cine, música y la vida
en general. En uno hasta te ofrecen ‘apadrinar’ la hipoteca del bloguero.
Los hay amigables, ilegibles, pop-art, agresivos,
incomprensibles, graciosos, pervertidos, desinhibidos, profesionales y
amateurs. Y cuando te conviertes en asidua de algunos, terminan por ser casi
blog-tertulias, donde sólo la inmediatez y las prisas que todos llevamos
impiden que los temas se desarrollen todo lo que nos gustaría. Las entradas son
impresionistas y los comentarios, también. Esto es como en las bodas, donde el
color blanco se le reserva a la novia, sólo que en tamaños: el mayor, siempre,
para el bloguero. Y si es hombre, más.
Pero lo cierto es que, a pesar de lo breve y
efímero que puede ser un post, algo se te queda dentro y (casi) siempre te vas
con más de lo que tenías cuando llegaste.
En parte somos un poco endogámicos y nos
retroalimentamos, por lo que, a veces, los temas pasan de unos a otros como la
sífilis en La Ronda, de Max Ophüls. Cualquier día nos veo en una KDD bloguera.
Al tiempo (Este comentario, justo después de La Ronda, podría ser
malinterpretado, pero oye, seguro que también hay casos de amor bloguero, como
los hay chatero).
Estos días varios de vosotros escribíais sobre
blogs e Internet, donde caes en la paradoja de conocer a alguien, en algunos
aspectos tan bien que puedes predecir la postura que adoptará en cualquier
debate, sin conocerlo en absoluto. Tordon, por ejemplo, en su Submarino bajo elgrifo, nos viviseccionaba con precisión de cirujano. Y, primero Hécuba, y
después El Buscador de Miradas, habéis tenido el detalle de clavarme un dardo
(confío en que haya sido en zona poco dolorosa), que me alegra y agradezco más
que muchos otros premios que pudiera recibir. Porque aquí sabes que no hay
intereses creados ni motivos oscuros, lo que significa que les gustas,
llanamente. Sin más. Ni menos.
Gracias y disculpad que no continúe la cadena, no
porque no haya blogs que me han enganchado, como la persona que se vislumbra
detrás de ellos, sino porque sospecho que mi lista sería tan larga y caótica
como yo.
Una vez me dijo un amigo, tras asomarse por aquí,
con tono decepcionado difícil de disimular: Pensé que tu blog sería más
interesante. Supongo que esperaba una fina sátira periodística sobre la
realidad política en que vivo. Pero o me falta ingenio o no me alcanzan las
ganas para competir con más afamados politólogos que yo. Aunque sea cierto que
necesitamos que nos lean y se produzca eso que los pedantes llaman feedback, en
el fondo (creo que a casi todos nos pasa) seguiríamos escribiendo aunque no nos
leyera ni el gato. Porque es una forma de desahogo en la que, además, reinamos
como auténticos monarcas absolutistas. Hacemos lo que queremos, cuando nos
apetece y como nos sale del moño.
Y al que no le guste, que no mire.
Fotos: collage con diversos blogs e ilustración de
Daniel Paz.