Entonces,
cuando pensé que ya estaba bien de hacer el idiota, me superé a mí misma
enamorándome como una ídem de quién me enseñaría (casi) definitivamente que en
la vida, cuanto menos se siente, menos se duele. Y si no me convertí en una
desquiciada Glenn Close fue porque, además de ser muy cansado eso de ser una
psicópata, en el año 77 a Adrian Lynne aún no
se le había ocurrido rodar Atracción Fatal.
Alejandro,
con su mayoría de edad recién estrenada, deslumbró mis 14 años de a las diez en
casa. Fue un terremoto, un huracán, un tsunami… Un querer sin querer y un
rondarnos sin llegar a nada. Pero a estas alturas, ¿iba yo a arredrarme por un
amante desdeñoso más o menos? ¿Importa tanto que te correspondan cuando el amor
es arrebatado?
Vivimos
las primeras elecciones democráticas como han vivido siempre el PSOE y el PCE
sus relaciones amorosas. Yo me metía con su rosa y él con mi bandera tricolor.
Yo amenazaba segarle el capullo y él blindar de pétalos mi martillo. Las peleas
ideológicas nunca volvieron a ser tan excitantes como entonces. Snif.
No
hubo sexo, no hubo boda, pero aquel tiempo fue como tener el fin del mundo, el
Apocalipsis y la Parusía todo junto para mí sola. Y quien se quedó con
Alejandro fue otra rubia, pija, que se llevó, como siempre, al protagonista de
la película.
Abandoné
el instituto, aún con el pelo frito y la trenca, después de varios
enamoramientos fugaces, por orden de aparición, como en las películas, de: un
macarra con un Simca mil, un ecologista contracultural y un misántropo porrero.
Entonces emigré a Madrid, estudiante de provincias, armada de una navaja
diminuta que no sé por qué mi madre pensó que me ayudaría a defender mi virtud
y mi cartera en una ciudad que por aquel entonces rondaba los tres millones de
habitantes, andaba aún inmersa en el escándalo del aceite de colza y en los
meses siguientes a mi llegada viviría sucesivamente la primera victoria
electoral del PSOE (cómo recordé a Alejandro la noche del 28-0 frente al Hotel
Plaza), la expropiación de Rumasa y el juicio por el 23-F.
Si
pienso que faltan sólo tres años para que se cumpla el 30 aniversario de todo
eso se me ponen los pelillos de punta.
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