Esta semana me ha faltado únicamente el
pompón algodonoso (vale, y las orejas, que las mías son algo más pequeñas) para
verme convertida en el conejo de Alicia, corriendo de un lado a otro de un
Oviedo que ha sido sucesiva e, incluso, simultáneamente, nevoso, lluvioso,
ventoso y tropical. Más que correr he trotado calle Jesús arriba, Calleja de
los Huevos abajo, con el obligado patinaje para cruzar la Plaza de la Constitución,
doble axel incluido, picado y recepción (aterrizaje, seamos sinceros) sobre
zona blanda. Si hay una fórmula que nunca falla en ésta, mi ciudad, es la de
tacones + lluvia + baldosas carbayonas = culada (y calada) segura.
Había previsto que reciclarme a los 46
sería arduo y complejo, incluso hasta un poco desmoralizador, pero no había
imaginado que sería tan cansado. He efectuado (y recibido) tantas llamadas que
mi operadora me nombrará cliente del mes y seguro me envía una banda dorada con
el lema: Agradecemos tu contribución a nuestra cuenta de resultados. He tomado
tal cantidad de cafés ‘de negocios’ que por fuerza me ha subido la presión
arterial y la mala hostia (más que nada porque yo casi nunca lo bebo). Y he
dejado tantas tarjetas en tantos despachos que si Gabino (De Lorenzo, of
course) quisiera podría construirme un camino de baldosas naranjas sólo para
mí. ¡La de dobles axel que me ahorraría!
Como dice una amiga: Ya no soy parada,
soy autónoma, a pesar de que siga sin trabajo. Y es que lo contrario de parado
no es activo, sino "trabajador por cuenta propia", según he
comprobado esta semana.
Aunque yo, sospecho, más que autónoma
soy autótoma: cuando me pisan la cola, se la regalo al depredador de turno, que
ya me crecerá otra.