Hoy me he pasado dos minutos largos
intentando hacer una llamada con el mando a distancia de la Tv en lugar de con
el móvil, motivo por el cual, como es lógico, no pude comunicar con el número
que marcaba una y otra vez en las teclas que únicamente sirven para cambiar de
canal.
Cuando al fin me di cuenta de lo que
estaba haciendo necesité otros dos minutos para dejar de reírme y cinco más
para asimilar que cualquier día de estos saldré de casa y me olvidaré a mí
misma dentro.
Mis hijos coleccionan mis palabros
disléxicos para recordarme que la demencia senil está a la vuelta de la esquina
y ya me he pasado más de una semana aguantando bromitas a costa de mi
cristalimpiales y mis trucurros.
No hace mucho sorprendí a Zipi
explicándole a un amigo, con resignación adolescente, que nosotros, en
realidad, somos una familia numerosa, ya que además de a Zipi y Zape, parece
ser que tengo más hijos: Zizape, Zazipi, Zapipi y Zipaze, principales variedades
de los nombres de mis gemelos Zapatilla que soy capaz de soltar antes de dar
con el nombre adecuado del mellizo al que quiero llamar.
Ellos, no me engañan, están encantados
con mis despistes, ya que demasiadas veces olvido los castigos sumarísimos que
les impongo o consiguen convencerme de que sólo son cuarto y mitad de como yo
los recuerdo.
Sé que eso mina mi autoridad, pero es
difícil hacerse respetar cuando ni siquiera estás segura de la edad que tienes
y debes calcularla por tu fecha de nacimiento. Aunque quizás eso se deba más a
que, desde que descumplo años, ya no sé cuál es la real y cuál la pasada por el
bótox.