La
salida natural de mi desengaño sentimental fue, ya entonces, la casa común del
PSOE (¿sería una premonición?), a cuyos mítines acudí con el afán de saber qué
tenía aquel Felipe González que encandilaba a tantos y, sobre todo, a uno que
me encandilaría a mí. En el ínterin, tras llorar a mares la traición de César,
que me costó un buen porrazo y un chichón durante semanas, por un breve,
imposible y sublime momento, supe lo que era ser la favorita, la elegida entre
todas. La Única.
Hoy
mi encuentro con Toño sería una anuncio navideño de colonia, pero entonces no
fue más que una variable en mi rutina diaria. El mismo bar de todas las
mañanas, el mismo pincho de tortilla, el mismo café, y sólo un cambio: detrás
de la barra no estaba el mismo camarero achacoso de siempre, sino Él. No muy
alto, ni rubio ni moreno, (por llevar la contraria) y sin moto, pero oye,
igualito que Jacq's. Yo, para que voy a mentir, no era igualita que la chica de
la moto que lo buscaba y prefiero no imaginarme siquiera cómo me hubiese
quedado aquel traje de cuero rojo en que iba enfundada.
Ponedle
a él una camiseta entallada tipo Brando en el Tranvía llamado Deseo, y será
fácil entender porqué, en cuanto le vi, supe que yo también le buscaba. Lo más
increíble fue que, a pesar de que todas nos quedamos embobadas con él y tomamos
la repentina decisión de desayunar varias veces al día, inasequibles al
michelín, él me buscaba a mí. Y yo me dejé encontrar rápidamente.
Descubrir
que de todas (¡todas!) él me prefería a mí casi me provoca una angina de pecho.
Durante unos meses supe lo que debe sentir Michelle Pfeiffer todos los días de
su vida. Fui especial, fui hermosa, fui la reina del mambo. Y claro, duró menos
que una hipoteca al 0,25% de interés. Descubrí que las penas, con vino, son
menos penas, aunque con vino peleón la resaca es peor que con un buen Ribera de
Duero, cosa que no supe hasta mucho después.
Afortunadamente
para mí, mis padres ignoraron este descubrimiento y mi primera borrachera,
obtenida con tres pintas de tinto a granel trasegadas de un tirón en la barra
tras de la que volvía a estar un achacoso camarero, pasó inadvertida para
ellos. Ingenuos… realmente se creyeron que vomité toda la comida por culpa de
un mejillón en mal estado.
Seguía
teniendo 14 años (¿antes el tiempo iba más despacio o yo me las arreglaba para
estirarlo más?) pero ya me sentía una Lana Turner con trenca y coletas.
Quizás
también te interese De capullos y martillos… (Crónica sentimental en rojo V) y De ‘pijas’y pelucas (Crónica sentimental en rojo III)