De camareros y colonias (IV)






La salida natural de mi desengaño sentimental fue, ya entonces, la casa común del PSOE (¿sería una premonición?), a cuyos mítines acudí con el afán de saber qué tenía aquel Felipe González que encandilaba a tantos y, sobre todo, a uno que me encandilaría a mí. En el ínterin, tras llorar a mares la traición de César, que me costó un buen porrazo y un chichón durante semanas, por un breve, imposible y sublime momento, supe lo que era ser la favorita, la elegida entre todas. La Única.

Hoy mi encuentro con Toño sería una anuncio navideño de colonia, pero entonces no fue más que una variable en mi rutina diaria. El mismo bar de todas las mañanas, el mismo pincho de tortilla, el mismo café, y sólo un cambio: detrás de la barra no estaba el mismo camarero achacoso de siempre, sino Él. No muy alto, ni rubio ni moreno, (por llevar la contraria) y sin moto, pero oye, igualito que Jacq's.  Yo, para que voy a mentir, no era igualita que la chica de la moto que lo buscaba y prefiero no imaginarme siquiera cómo me hubiese quedado aquel traje de cuero rojo en que iba enfundada.

Ponedle a él una camiseta entallada tipo Brando en el Tranvía llamado Deseo, y será fácil entender porqué, en cuanto le vi, supe que yo también le buscaba. Lo más increíble fue que, a pesar de que todas nos quedamos embobadas con él y tomamos la repentina decisión de desayunar varias veces al día, inasequibles al michelín, él me buscaba a mí. Y yo me dejé encontrar rápidamente.

Descubrir que de todas (¡todas!) él me prefería a mí casi me provoca una angina de pecho. Durante unos meses supe lo que debe sentir Michelle Pfeiffer todos los días de su vida. Fui especial, fui hermosa, fui la reina del mambo. Y claro, duró menos que una hipoteca al 0,25% de interés. Descubrí que las penas, con vino, son menos penas, aunque con vino peleón la resaca es peor que con un buen Ribera de Duero, cosa que no supe hasta mucho después.

Afortunadamente para mí, mis padres ignoraron este descubrimiento y mi primera borrachera, obtenida con tres pintas de tinto a granel trasegadas de un tirón en la barra tras de la que volvía a estar un achacoso camarero, pasó inadvertida para ellos. Ingenuos… realmente se creyeron que vomité toda la comida por culpa de un mejillón en mal estado.

Seguía teniendo 14 años (¿antes el tiempo iba más despacio o yo me las arreglaba para estirarlo más?) pero ya me sentía una Lana Turner con trenca y coletas.



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