En la primera hora del 1 de enero mi
portátil decidió suicidarse, quién sabe por qué motivo. No creo haberle dado
tan mala vida: no le faltaba su ración diaria de kilowatios; lo desparasitaba
periódicamente de todo malware; le quitaba el polvo e, incluso, le sacaba
brillo a teclas y carcasa. Y puedo asegurar que nunca vertí sobre él ningún
tipo de fluido, orgánico o inorgánico. Pero el caso es que poco después de las
00.00 horas del primer día del año entró en combustión espontánea y se fundió.
Ahora, mientras los expertos deciden si
aún cabe la resucitación u optan directamente por la autopsia, he recuperado mi
antiguo portátil, con el consiguiente enfado de Zipi y Zape, quienes habían
heredado al viejo y achacoso Acer.
Quedarse sin ordenador por una muerte
súbita, bien sea definitiva o vía formateo, es el modo más rápido de llevar a
la práctica esa máxima del año nuevo, vida nueva. Algunas costumbres se
mantienen: usar el Mozilla como navegador predeterminado; mostrar todos los
archivos y carpetas ocultas (soy curiosa por naturaleza); defenestrar el
Windows Media Player y optar por el Foobar, y abrir carpetas en procesos
independientes. Esto último provoca que en ocasiones mi escritorio se convierta
en una cascada de ventanas ingobernable, pero estoy llena de manías, qué le voy
a hacer.
Gracias a este nuevo principio, otras
costumbres se renuevan: Tengo todo un ciberespacio de favoritos por
redescubrir, eso sí, me prometo organizarlos desde el principio y no tenerlos
por ahí revueltos. Crearé, por fin, una nueva plantilla de Word para no tener
que cambiar la configuración de cada nuevo documento que abro. Puedo estrenar
antivirus, probar un nuevo antispyware… Mis carpetas están flamantemente
vacías: música, fotos y textos están aún en las tripas de mi portátil,
pendientes de un rescate in extremis. Algunas cosas se perderán para siempre
(como lágrimas en la lluvia), otras quizás las reencuentre, y algunas más serán
completamente nuevas.
Es curioso que mi portátil se haya dado
cuenta antes que yo de que en el 2009, por imperativo legal, que se suele
decir, debo empezar una nueva vida. Quizás por eso decidió fundirse.
Cobarde… las ratas son las primeras en abandonar el barco.
Cobarde… las ratas son las primeras en abandonar el barco.