El desembarco de la parte de mi
familia que vivía del otro lado del telón de acero (siguen viviendo allí, pero
el telón se levantó hace años, como sabéis) suponía una revolución en mi vida
que duraba los quince días de su estancia. Comer caviar con la prodigalidad de
quien devora galletas María, beber té más negro que el
corazón del diablo, trasnochar y pasar dos semanas haciendo turismo era lo más
divertido, junto con el momento en que se abrían las maletas de los huéspedes y
se repartían los regalos.
Pero también conllevaba una curiosa servidumbre: organizar una agenda de actividades que incluyera los ‘antojos’ de las visitas. Los adultos querían ir de compras y tomar sidra, la segunda generación prefería salir de noche, ir de discoteca… y ver una película X.
Yo
imaginaba que una estudiante de Ingeniería Física Nuclear tendría otras
prioridades, pero no bien soltó la maleta, mi prima Marina no dijo otra cosa: Porno, porno, ¡porno!
Y
mi pobre hermana, la Mari, y yo, cicerones sin posibilidad alguna de escapatoria, tuvimos
que buscar una para que callara. Ninguna de las dos entendía nada de tal género
cinematográfico, pero rastreamos la cartelera en busca de Nadiuskas, María José
Cantudos y Ágata Lyses.
Estábamos
en plena moda del destape, pero no era eso lo que Marina quería. Ella insistía
con tenacidad eslava: ¡Porno! ¡Porno! Y mi hermana y yo volvíamos al periódico,
cual pareja de perros Pávlov condicionados por aquella orden, buscando cualquier
cosa que nos librara de la curiosidad libidinosa de mi prima.
Oviedo
no es Madrid y en 1979 aún se asemejaba menos. No había salas X ni nada que se
le pareciera. Si te descuidabas, en verano no había ni cines. Pero entre los
títulos que ofrecía la cartelera descubrimos uno. Sueños Húmedos (Wet Dreams,
1974). Y con un título así no podía ser más que… ¡¡¡porno!!!
Qué
magnífica siesta de hora y media me eché. No sé si Marina disfrutó de la
película a causa de mis ronquidos, pero yo sólo desperté con los negros
augurios con que tambores, trompetas y címbalos recibían a la voluble fortuna.
Es lo malo del cine de arte y ensayo, una espera ver retozar a ninfas y sátiros
y se encuentra diez cortometrajes surrealistas con música de Carl Orff.
Oh
Fortuna, variable como la Luna, un día, jugando, entristeces a los débiles
sentidos, para llenarles de satisfacción al día siguiente...
Quizás también te interese: Yo no tengo un tío en América.
Quizás también te interese: Yo no tengo un tío en América.