Mi segundo amor literario, tras David, el ‘inglés impasible’, fue una mujer. (¿Qué importa el sexo, si el amor es puro?) Jo, la segunda de las hermanas March, la única que no era una mujercita sumisa (Meg), superficial (Amy) o insoportablemente ñoña (Beth), me arrebató el corazón, a pesar de no saber entonces que el personaje era el trasunto de su autora, Louise May Alcott, de inclinaciones lesbianas, al parecer.
Aunque a lo largo del libro el personaje de Jo se feminiza de un modo tradicional (ahora sé que por las presiones editoriales que recibió la autora) hasta renunciar a su objetivo vital: escribir y ser una solterona, fue Josephine March quien me enseñó que una chica puede ser intrépida, valiente y decidida. Y que es lícito perseguir un sueño que vaya más allá de la felicidad conyugal y de las paredes del hogar.
Porque aunque en mi familia y familias allegadas ésa era la teoría que se predicaba, la práctica era muy distinta. Siendo mi madre y mi madrina ambas ingenieras y sus respectivos maridos, un aspirante a ingeniero técnico que nunca llegó a serlo y el otro, perito titulado, las dos se quedaron en casa cuidando a la prole, sin convalidar sus títulos obtenidos en la extinta URSS, mientras que los hombres fueron los encargados del sostenimiento económico.
Y de las tareas del hogar ya ni hablo, claro.
Así que Jo fue una revelación en mi vida. La imaginaba encerrada en el ático, sola, con su gorro de escribir en la cabeza, cuya posición indicaba al resto de la familia el momento creativo en que se hallaba y si era conveniente interrumpirla o no. Jo se permitía el lujo de ganar dinero con sus escritos y dar calabazas al héroe de la novela, el pobre Laurie, que se tuvo que conformar con la hermana frívola, por más que lo vistiera recordando que Mozart también se casó con la hermana de su gran amor.
Hasta hace poco no descubrí que, a las limitaciones que sufrió la autora, la censura española añadió las suyas. Sólo la reedición por Lumen en el año 2004 de Little Woman nos permitió leer la historia original, tal y como se publicó en 1868.
Quizás como desagravio a los deseos de L.M. Alcott, Isabel Franc escribió Las razones de Jo, donde la joven no se casa ni renuncia a escribir, sino que se independiza y vive en Nueva York, donde se enamora, claro, de una mujer. Y aunque los remakes literarios me gustan tan poco como los cinematográficos y suele enfadarme el uso de personajes ajenos para continuar las historias como a sabe dios quién le apetece, creo que este libro sí lo leeré. La curiosidad de saber qué fue de mi amada puede conmigo.
Más lado oscuro de los Alcott/March, aquí.
En la foto, la mejor Josephine March del cine, Kate Hepburn, para quien cualquiera podría creer que Louise May creó a Jo.