Y mira que me lo advertí: Veldita, no seas tonta,
no lo hagas, que te vas a arrepentir. Pero los consejos, sean propios o ajenos,
no tienen mucho éxito conmigo. Así que he leído dos de los libros más vendidos
de este país (y del resto del mundo, que para eso existe la globalización) en
los últimos años. Dos sobre los que llevo años oyendo hablar, comentar y, en
general, alabar como si se trataran de la octava maravilla convertida en papel
impreso. Las pasiones que ha provocado uno de ellos son de tal calibre que
cualquier crítica negativa desata insultos y descalificaciones hacia el osado
disidente y la inmediata acusación de estar movido por la envidia o la manía
personal, sólidos argumentos de peso para avalar la calidad literaria, sí
señor.
Empecé con La Sombra del Viento, la primera novela
para adultos del hasta entonces (2001) escritor de literatura juvenil Carlos Ruiz
Zafón. En parte por Zipi y Zape, que empezaron a leer su Trilogía de la Niebla,
y en parte por el estudio privado que estoy haciendo sobre los libros más
leídos (y vendidos) en España, me decidí a comprobar por mí misma cómo se las
había arreglado Zafón para dar con la fórmula que permite vivir del cuento
(Obsérvese el sutil juego de palabras) y ser considerado, además, como “un
punto y aparte" en las letras nacionales y un "renovador de la novela
contemporánea española".
Me encontré una obra, por momentos, mal escrita,
con errores gramaticales, de estilo simplón, repeticiones que aburren,
personajes estereotipados y situaciones previsibles. Una historia folletinesca
(con todo mi respeto al folletín, entre cuyos autores están Alejandro Dumas,
Eugène Sue, Paul Féval y Víctor Hugo, por ejemplo) que pretende ser gótica y
dramática, pero no llega ni al escalofrío sentimental, y un autor que miente,
cosa que no perdono en un libro.
Inasequible al desaliento, de perdida al río y sin
dar crédito a lo que estaba viendo, me zambullí de cabeza (quizás debería
haberlo hecho de culo, habría sido más apropiado) en el segundo best-seller del
siglo, comparado hasta con Guerra y Paz: Los hombres que no amaban a las
mujeres, de Stieg Larsson, un colega sueco que tuvo la desgracia de morirse
antes de saber que se iba a forrar con éste y los dos siguientes libros que
forman la trilogía Millenium.
A mí me encanta la novela negra, de suspense y
policíaca. Y ésta se lee de un tirón, si alguien tuviera tiempo para hacerlo
con sus más de 600 páginas, lo cual es de un mérito loable. Conseguir que en
este país miles de personas se hayan metido entre pecho y espalda, no Operación
Triunfo, sino semejante tocho es para sorprenderse.
Pero…¿dónde está el motivo para que millones de
lectores en todo el mundo hayan decidido encumbrarla al monte Parnaso? ¿Qué
tienen de novedoso un periodista honesto metido a detective, una hacker asocial
y enigmática y un depredador sexual? A Larsson el estilo se le quedó en el
teclado y a cambio nos regala tal cantidad de frases hechas y clichés que todo
te parece haberlo leído ya antes. Sí, hay crítica social y crítica profesional,
que Larsson no se corta respecto a sus colegas periodistas (y razón tiene).
¿Pero sólo eso justifica semejante ‘boom’ de ventas?
En el caso de la edición española, además, habría
que da una colleja a la editorial o/y al traductor por creer que todo el mundo
sabe inglés y olvidarse de traducir TODO el libro, que para eso se inventaron
las notas a pie de página.
Los gustos son libres, soy la primera que ha
disfrutado con malos libros por los motivos más peregrinos. Lo que me carcome
es no entender por qué estos dos sí y otros mil no. ¿Por qué una novela de
ciencia-ficción-suspense mucho mejor escrita e igual de apasionante como puede
ser Zig-Zag, de José Carlos Somoza, no puede vender lo mismo que Larsson? ¿O el
Shibumi, de Trevanian o cualquiera de Jack Higgins? Por poner ejemplos de
novelas de género. ¿Por qué los Dan Brown y Zafón arrasan en el mundo único?
¿Tan efectivo es el boca-oreja? ¿O las campañas de marketing?