Me gustan las historias de miedo con la única condición de que me den miedo (aunque lo parezca, esto no es una obviedad porque la mayoría dan risa) y soy una firme defensora de la multiculturalidad y la abolición de las fronteras (políticas y culturales), pero estos días me han saturado de tal manera de vampiros, zombis, asesinos en serie y demás monstruos de mal vivir que, atacada del virus de la nostalgia, me he puesto a releer el Tenorio de Zorrilla.
Los muy jóvenes ni siquiera sabrán qué tiene que ver lo uno con lo otro, pero es que en este país existía una tradición (aún hoy queda algún esforzado que trata de recuperarla) de representar el Don Juan Tenorio en época de difuntos. Incluso aquella única televisión de mi infancia y adolescencia no perdonaba su cita con el famoso burlador tal fecha como hoy.
Gracias a eso millones de españoles declamamos con soltura aquello de Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé y en todas partes dejé memoria amarga de mí, seguido del ¡Don Juan!, ¡Don Juan!, yo lo imploro de tu hidalga compasión o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro.
Y además de aprender a recitar el verso en mitad del salón familiar pasábamos un miedo del carajo, que mi primer fantasma fue el del Comendador llamando a la puerta de Don Juan para llevarse su alma al infierno, y aún me pone los pelos de punta el retumbar de aquellos aldabonazos.
Desde hace años, muchos, las televisiones se han olvidado del pobre Don Juan, de Doña Inés, de Brígida y de Don Luis Mejía, y a cambio nos aturden con todo tipo de seres de ultratumba contra los que, insisto, no tengo nada en contra, pero que ya han llenado las calles de niños que te persiguen con su truco o trato.
Copiamos costumbres ajenas como si no tuviéramos las propias, pero ni eso me molestaría si las nuestras sobrevivieran y si, ya puestos, recordáramos que existen otros países en el mundo con los que confraternizar, además de EEUU. Cualquier día me veo celebrando Acción de Gracias en lugar del Martes de Campo y comiendo pavo relleno y no un bollo preñao.
Me temo que, al igual que alguien ha zombificado a Lizzy Bennet y al señor Darcy, el futuro de mi querido Don Juan pasa por que Edward Cullen le hinque el diente en la yugular.
La imagen pertenece al último (que yo recuerde) Don Juan televisado en 1 de noviembre, un montaje excepcional de Miguel Narros en el que, por cierto, fue la primera vez en que Doña Inés y Don Juan tenían la edad que imaginó Zorrilla.