La primera temporada de bodas entre mis amistades duró de los 25 a los 35 años. Una vez casados todos, convertidos en padres e hipotecados por las letras me creí libre de tales ceremonias, pero entonces llegaron las separaciones y los divorcios (algunos con celebración incluida), y ahora resulta que comienza una nueva temporada matrimonial para aquellos valientes que creen que a la segunda va la vencida.
Yo me porto bien, acudo al evento y me quedo calladita cuando preguntan eso de si alguien conoce algún motivo por el que la boda no deba celebrarse. Ni siquiera me escondo bajo el velo de la novia para susurrarle el oído: Arrepiéntete, pecadora. Pero me quedo con las ganas, ¿eh?
A la última de mis amigas que decidió recasarse, me animé a preguntarle por qué lo hacía cuando su primer matrimonio la dejó escamada y esquilmada. Y entonces me habló de la Teoría del Segundo Marido.
Según esa teoría, la segunda vez que eliges sueles hacerlo mejor porque no te dejas cegar por el brillo del oropel que te deslumbró la primera. Así das más importancia a un carácter tranquilo y colaborador que a unos bonitos ojos o a unas espaldas anchas. Además, el segundo marido suele ser, a su vez, divorciado, con lo que, si tienes suerte, también él viene entrenado en la guerra de guerrillas y ha limado rugosidades y suavizado contornos. Vamos, que ya vienen reeducados de casa, me dijo. Saben fregar los platos y bajar la tapa del water.
Pero entonces, ¿por qué también los segundos matrimonios se rompen? ¿Será que no hay teoría que resista la convivencia?