Estoy
criando a dos cuervos. Indiferentes, pasotas y desdeñosos. Y si son así con
trece años, imagino cómo serán a los 16 y se me ponen los pelillos como clavos
zincados. Y yo, con la tornillería fina en la cabeza, soy un clon de la Bruja Avería. ¡Por Saticón,
Orticón y Plumbicón! ¡Viva la economía! ¡Viva la plusvalía! ¡Viva José María
García!
Este
fin de semana hemos abordado un nuevo capítulo de Érase una vez… La
Adolescencia. Cuando dije eso de: Nenos, tenemos que hablar,
reaccionaron como un solo hombre, es decir, con gesto de espanto y deseos de
salir corriendo. Pero soy una bimamá entrenada en la guerra de
guerrillas desde hace trece años, así que les corté la retirada y no hubo
escapatoria.
--¿De
qué quieres hablar?, se resignaron.
--Sexo,
drogas… y rock and roll.
No pude evitar terminar la consigna rollingstonera, con el pasmo de Zipi y Zape, que no pillaron la broma.
Soy
de las que intentan practicar la mayéutica con mis hijos,
pero cuando uno se pone a perseguir a la gata y el otro a hacer zapping,
los métodos educativos y el diálogo razonado se van al cuerno y una termina por
desmelenarse en su afán de ser tenida en cuenta.
Al
final no estoy segura de si mis retoños se han enterado de que las poluciones
nocturnas son algo más que la Central Térmica de Soto de Ribera lanzando
toneladas de CO2 a la atmósfera durante la noche, y de que la heroína no es
sólo la guapa de la película salvada in extremis de las garras del
malvado crápula por un afanoso galán con bigotito, modelo Errol Flynn.
Ellos
se vengaron (con poca sutileza, todo hay que decirlo) de mis esfuerzos
formativos con el comentario desdeñoso que me dedicaron al día siguiente: ¿Tu
blog? ¡Qué aburrido! ¡Se ha pasado la novedad! Y yo lo haré, en cuanto
tenga ocasión, con los siguientes capítulos de El Ataque de la Increíble
Mamá Dialéctica, que, juro por la preevolución de Pikachu, superarán en número
los del folletín más largo del que se tenga conocimiento.
¡¡¡Qué
mala, pero qué mala soy!!!