"Los juegos tradicionales son universales: el cascayo, la comba y el de las gomas. Así lo comprobaron el viernes, en la plaza de
Alice Persson es una niña sueca de un pueblo de pescadores, Kungshamn, que ayer descubrió, junto a otros tres compañeros nórdicos, que los juegos que practican los niños de Oviedo son los mismos que de los de su Suecia natal. «Me encantó descubrir que todos los niños jugamos a los mismo».
Miguel Alonso y su hermano Alberto, alumnos de
La artífice de esta iniciativa es la coordinadora de la sección bilingüe del Instituto de
Gracias a Ángel Fidalgo, amigo y periodista de
La verdad es que quedé tan agotada después de más de dos horas de pie al sol, viendo a mis retoños saltar a la soga (nunca llamé comba a ese juego) y jugar al cascayo (rayuela para los no asturianos) y al corro que ni ganas de contar las mil veces que escuché las canciones inglesas –por cierto qué sosas — con las que acompañaban sus retozos:
“I like the coffe,
I like the tea,
I like ........
to jump with me”.
La variedad musical que nosotros disfrutamos en nuestros juegos infantiles abarcaban desde los romances viejos:
“Un sevillano en Sevilla
la desgracia le dio Dios
una madre y siete hijos
y ninguno fue varón…”
hasta las peteneras:
“He nacido en
debajo de una palmera,
los moros me cautivaron,
me pusieron petenera…”
pasando por truculencias fantasmales:
“Al entrar en el Hospital Socorro,
al subir las escaleras,
hay un letrero que dice:
Aquí se cura y se opera.
Cuando a mi me operaron,
yo tenía mucho miedo
y a los tres días siguientes
caminé al cementerio…”
oráculos diversos:
“Quisiera saber quién es mi novio,
Pepe, Luis, Jose o Antonio.
Quisiera saber mi vocación
soltera, casada, viuda o monja…”
publicidad subliminal:
“He puesto una librería
con los libros muy baratos,
con un letrero que dice:
Aquí se vende barato…”
y hasta glosas del maltratos:
“Con la paleta su madre daba,
con la paleta la amenazaba,
con la paleta su madre dio
un paletazo que la mató…”
Qué lástima que se pierda esa tradición oral, porque Zipi y Zape, a pesar de haberse pasado los cuatro primeros años de vida escuchándome cantar hasta las páginas amarillas, sólo recuerdan al pobre Conde Olinos convertido en espino albar y los pantalones de