“Para
saber si yo soy
el
hombre de tu vida
y
tú la mujer de la mía.
Estamos
en esto para saber
no
lo que durará nuestra relación, sino
si
seremos capaces de descubrir cuánto hay de verdad
en
ese sentimiento de permanencia que disfrutamos
cuando
somos aptos para la vida".
Ayer, escuchándote leer partes de tu
primer libro, Un fragor indeterminado, tan alejado del corsé convencional de la
poesía, yo recordaba otro verso, más académicamente correcto y sin duda más del
gusto de algunos editores (¿verdad, Luis?): “Gira, asciende, enloquece, pensamiento…”. Pensar duele aún más que
vivir. Mancha y deja surcos que no se vuelven a cerrar.
“El
amante aherrojado, y sus gestos de dolor, y sus angustias
fueron
vistos cuando aún había una corriente
y
ahora todo lo que tienes es un tramo decorado con pancartas
que
te exigen respirar, decir, Yo no soy aquel que era;
soy
el que se nutre del que fui; soy el que abandona las pancartas.
¿Ir,
entonces, es la consecuencia de haber vuelto?”
“Esto no es poesía”, te dijeron. Pero el
fragor de la conciencia, quizás no lo sepan, no cabe en un cuarteto. El uso de
la razón produce versos no euclidianos que se cortan en el infinito.
“Pero
¿qué límites tiene tu mente
que
no puedan superar horas de trabajo y concentración
o
el sacrificio de embridar la lengua
para
decantar del todo el pensamiento?
La
búsqueda de la palabra justa puede ser una maldición.
La
tribu ya no quiere depurar su lenguaje”.
Te leeré despacio y con “el corazón en
calma”.
Luis Muñiz, amigo, poeta y periodista (es mucho más, pero también es eso)
Gijón. Ediciones Trea, 2008