Hace tres años, tal día como hoy, aún me quedaban restos de la resaca de mi 44 cumpleaños y celebraba por Madrid todo lo junta y revuelta que fue posible, mi recién recobrado libre albedrío.
Y entonces se murió Hilario Camacho. Y se me atragantaron las alegrías y las celebraciones, el libre albedrío y todos los juntos y a la vez revueltos. Y Madrid amaneció de una noche triste de amor, bajo tejados de cristal donde ningún sueño es capaz de calmar la gris desolación.
Y nos quedamos sin Dolores y sin el rocío dulce, pero con las lágrimas amargas.
Al fin y al cabo, solos, como al principio.