Un
canal generalista emite en esta noche de Reyes una anodina película de acción y
suspense, donde ni siquiera Ed Harris, en uno de esos papeles secundarios de malo que siempre termina gustándote más
que el bueno, conseguirá que me deje
huella. Pero aquí sigo, viendo la película, sólo porque entre tanto fotograma
inútil, de vez en cuando, aparece él. El único actor que tiene la capacidad de
mejorar su actuación con cada revisión de un film. Y me refiero al mismo film.
Y si no os lo creéis, podéis comprobarlo, por ejemplo, en El Show de Truman, en Las
horas o en El tercer milagro.
Cada vez que disfrutéis de cualquiera de ellas, Ed Harris estará aún mejor que
la última vez que la visteis. Lo juro. Es totalmente cierto.
Su
poder de convicción y su habilidad para salvar cualquier papel lo han
convertido en eso que los americanos llaman un actor de actores y en un
secundario que le roba la película a cualquier protagonista, incluido Sean
Connery, que se desvaneció en esa gris adaptación de una novela judicial que es
Causa Justa. Con dos escenas que
suman escasos diez minutos en los 102 que dura la película, Harris te deja
pegado a la butaca y convencido de haber contemplado por primera vez la maldad
absoluta. Insana. Sin límites. Y el resto de la cinta ya sólo servirá para
contener esos diez minutos.
Algo
parecido consigue en Las horas, donde
dos únicas escenas, las suyas, son las que quedarán para siempre en la memoria.
Y la falsa nariz de Nicole Kidman, gracias a la que ella sí se llevó el Óscar.
Lo
mío con Ed Harris no fue un flechazo. Ni mucho menos. Lo conocí en un céntrico
cine madrileño en el año 1984 y me cayó fatal. Convirtió su mercenario de Bajo el fuego (foto superior) en un ser tan cínico y repugnante
que me costó años –más de una docena-- y muchas películas sacudírmelo de
encima. Tuvo que llegar Abyss y el
montaje del director (insoportable James Cameron, hasta en eso coincido con
Harris, que tras trabajar en esta cinta con el megalómano responsable de El Titanic, sólo habla pestes de él)
para redescubrir uno de sus papeles de bueno,
el entrañable Virgil Bud Brigman,
capaz de resolver cualquier problema a más de 25.000 metros de profundidad,
incluida una nimiedad como la muerte.
Sólo
por él he soportado películas mediocres como La Roca o Quédate a mi lado,
en las que Ed Harris destaca como un diamante en un vertedero. A cambio, colecciono
sus mejores personajes como otros, cromos del Real Madrid: Gene Kranz (Apolo XIII), Seth Frank (Poder absoluto), Remy Bressant (Adiós pequeña, adiós), Major König (Enemigo a las puertas), Jackson Pollock (Pollock), Frank Shore (El
tercer milagro), Christof (El show de Truman), Kyle Bodine (Luna de porcelana), Dave Moss (Glengarry Glen Ross), Harry Seagraves (Paris Trout), Frankie Flannery (El
clan de los irlandeses)…
Ha
dirigido dos largometrajes, pero yo me quedo con el Harris actor, el que te mira
inclinando la cabeza y puede convertir la sonrisa más franca y sincera en la
más fría y sardónica. En un segundo. Sin pestañear. Un prodigio que es capaz de
repetir con esa mirada azul que lo mismo parece tierna y cariñosa que distante y
acerada.
Es la verdad de la ficción. El milagro del cine.
Es la verdad de la ficción. El milagro del cine.