Estos días he comprobado que Anya no es la única gata aficionada a lectura. Gatos bibliófilos los hay en todo el mundo, y alguno, querido Tordon, hasta maúlla catalán en la intimidad. Y apostaría que también el latín.
Este gato atigrado, hierático cual esfinge, permaneció completamente inmóvil durante más de dos minutos (de reloj) mientras tres humanos observábamos el escaparate dudando de si se trataba de un felino real y vivo, o un bibelot de adorno y reclamo.
Finalmente, consciente de la curiosidad que provocaba, pestañeó con displicencia para hacernos saber que era de carne, pelos y huesos, y continuó en su estatuaria postura sin mover ni un bigote.
En un país donde se editan infinidad de libros, se compran algunos y se leen pocos, es bueno saber que siempre nos quedarán los gatos bibliófilos.