Este cruce de James Bond (por sus múltiples habilidades para sobrevivir y su tirón con las mujeres) y Capitán Trueno (por su condición de caballero andante siempre dispuesto a desfacer entuertos), nació a finales de los años 60 en la revista Tintin del tándem Greg-Hermann, quienes crearon a este inquieto trotamundos al que un día se le queda corta la Interpol y decide navegarse el mundo.
Bernard Price no viaja solo. Un viejo y cascarrabias marinero, Barney, es su Goliat, y un pequeño de raza hindú a quien tiene como pupilo, Djinn, es su Crispín.
No hay paisaje marino, desértico o selvático en el que este
trío no se pelee o del que no se vea obligado a salir por pies. No hay empresa
pequeña ni dictadorzuelo cuyos desmanes no deban ser cortados por lo sano. No
hay aventura como la vida, ni vida como la del mar.
Descubrí este cómic como un regalo sorpresa entre las páginas centrales de los extras de Mortadelo cuando tenía 13 años y sus historias aún me atrapan cuando las releo 30 años después. Y me hacen disfrutar como la primera vez. ¿Se puede decir algo mejor?