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La curva
del olvido
Septem
Littera
Primera
edición: noviembre, 2013
© 2013
Victoria R. Gil
© de
esta edición: Septem Ediciones, S.L., Oviedo, 2013
Leo la página de créditos de mi futuro libro y
de pronto dejo de estar eufórica y satisfecha por su inminente publicación y me
asalta un inesperado sentimiento de pudor. ¿Y si los lectores que llegue a
tener, sean pocos o muchos, no llegan siquiera a terminarlo? ¿Y si les aburre,
les enfada o, aun peor, les deja indiferentes?
Cuando paseaba mi manuscrito de editorial
en editorial, lectora como soy de libros de relatos, mis cuentos me parecían
tan buenos como aquéllos que leía ya impresos y, en ocasiones, incluso mejores.
(También peores, por supuesto).
Ahora, cuando ya no será mi opinión la única
que cuente, no puedo dejar de pensar que no estarán a la altura (no me preguntéis
qué altura: cualquiera, todas, la más ínfima…) y que habrá quien cierre el
libro pensando en el inútil gasto de papel que se podría haber evitado.
Mis cuentos son los mismos ahora que hace un
año, cuando me sentía una escritora novel injustamente tratada por las editoriales.
Una simple página de créditos me ha convertido en una autora temerosa de que su
obra no sea más que el esfuerzo inútil de una escritora efímera.
Qué difícil resulta en ocasiones convivir con
una misma.
- 01nov
- 22oct
La curva del olvido
Hace ahora un año
publicaba en este blog una entrada sobre la importancia de los principios en
cualquier narración. Decía entonces que mi libro de relatos buscaba editor y,
justo un año después, lo ha encontrado.
El próximo mes de
diciembre sale a la venta La curva del olvido, una recopilación de cuentos
sobre la memoria y sus múltiples desvaríos. Si publicar (y más hoy) es casi un
milagro, que la portada que ilustra tu obra sea un cuadro de Juan Falcón es,
además, un privilegio.
Gracias a Marta Magadán
y a Septem Ediciones por hacerlo posible.
- 02oct
Vuelve el alma de La Voz de Asturias
Ha pasado más de un
año, pero, como la vida, La Voz de
los buenos periodistas, de esos que escriben torcido, pero viven muy recto,
siempre vuelve.
Lo mejor de aquella Voz de Asturias a la que dediqué años y sueños, vuelve con Asturias 24.
No os lo perdáis. La información veraz e independiente aún es
posible y está aquí.
Video: La VidaVuelve, de Luis Barros.
- 30sep
Y la novela llegó a su final
TODO PRINCIPIO ES UN FINAL
El todoterreno circula rápido, su conductor
seguramente conoce el camino y no le demora la niebla que avanza por el bosque,
ni la noche a punto de caer. La pista forestal que conduce desde el cruce de
Fuensanta, donde termina la carretera, hasta el molino y el palacio de la
Ferrería es un largo y, a veces, estrecho túnel, encajado entre los árboles y
el cauce del río.
Quizás por eso, los tres hechos se producen en
rápida sucesión, sin que nada pueda evitarlos: La figura que aparece en medio del
camino, el golpe seco contra la chapa y las ruedas, trabadas por los frenos,
patinando sin control sobre el barro.
Sorprende que ni un ruido quiebre la calma del
bosque, que no cante la corriente del río ni alce el vuelo algún mochuelo
asustado.Cuando el vehículo se detiene al fin, el
silencio es absoluto.
- 01sep
Agosto adolescente
Hay
ocasiones en que uno encuentra la sabiduría en los lugares más insospechados. Y
yo acabo de hacerlo en unos dibujos animados que sonaban de fondo en mi salón
hace unos días, cuando Zipi, tumbado plácidamente en el sofá, dejaba transcurrir
el tiempo de sus vacaciones sin hacer nada, absolutamente nada. Pero nada de
nada.
--¿Os
apetece ir a la playa? –ofrecía yo en una demostración de amor maternal
inconmensurable, dado que yo odio la playa.
--Puf,
mamá, qué pereza --respondía indistintamente Zipi o Zape, que en esto del dolce far niente siempre están de
acuerdo.
--¿Y
si vamos a pasar la tarde a un merendero? Necesitáis que os dé la luz, sospecho
que estoy criando a un par de vampiros.
--Puf,
mamá, qué pereza— la respuesta volvía a ser
la misma.
El
cine quedó descartado después de una hora de intentar convencernos los unos a
los otros de las bondades de los superhéroes, los espías y los extraterrestres,
sin alcanzar ningún consenso.
--Podemos
acercarnos a la biblioteca y sacáis algún cómic —qué paciencia podemos llegar a
tener las madres.
--Puf,
mamá, qué pereza —y que resistencia a todos nuestros intentos pueden tener
ellos.
Tras
múltiples propuestas, se nos ha pasado el verano al sol del ordenador, la psp y mi exigua terraza.
Va
a ser que la adolescencia es un virulento sarpullido que debe curarse a la
sombra y en soledad, pero ya los pillaré a los 20.
--Puf,
mamá, qué pereza.
Video de la serie de Disney Channel Phineas y Ferb.
- 19ago
- 10jul
- 26jun
- 10jun
Riéndonos de nosotros mismos
¿Quién
hubiera pensado que podríamos tener tanto en común con esos homínidos que a
finales del Pleistoceno eran cada vez menos homo
erectus y cada vez más homo sapiens?
El lector de Por qué me comí a mi padre sonreirá con este grupo de salvajes que,
consciente de su lugar en el mundo, se empeña en evolucionar para huir de la
extinción que ha terminado con otras especies, pero sólo hasta que se activan
todas sus alarmas. Un momento, se dirá. Pero si este tío Vania oportunista y
reaccionario que se niega a bajar de los árboles y vaticina toda clase de
desgracias por la acción del fuego recién descubierto es clavado a… ¿Y la elitista Griselda, ávida por encontrar
mano de obra barata y sumisa entre las tribus menos desarrolladas, no me
recuerda a…? Desde ese momento, el lector no se limitará a sonreír, sino que se
reirá a carcajadas con estos pobladores de las cavernas en que se reconocerá
como especie, en lo bueno, que hay mucho, y en lo malo, que aún hay más.
¿Es
la maldad el combustible de la evolución? ¿El egoísmo, lo que impulsa el
instinto de supervivencia? ¿Todo progreso es implacable? Con un título tan
gastronómico como el de este libro, no sorprende que Roy Lewis se aproxime más al Leviatán de Hobbes, que al buen salvaje de Rousseau. La visión que nos ofrece de
ese mono que se ha alzado sobre dos patas y empezado a caminar sin saber muy
bien hacia adónde, es burlona y, sobre todo, inmisericorde. Aunque no falta tampoco
la admiración por ese viaje que nos ha llevado tan lejos desde la Uganda
paleolítica donde los protagonistas de Por qué me comí a mi padre descubren el fuego.
«El
dominio del fuego no es más que el principio. Si queremos desarrollarnos a
partir de esta base tiene que haber pensamiento, planes, organización ¡Después
de las ciencias naturales vienen las ciencias sociales! (…) No creo que viva
para verla, pero quizá vosotros sí, esa gloriosa edad dorada, esa recompensa a
todos nuestros esfuerzos: ¡llegar a ser humanos, devenir Homo sapiens al fin!». Edward, el patriarca de esta horda de
homínidos endogámica e incestuosa, se considera a sí mismo un científico
idealista que se mueve, y mueve a toda su familia, hacia un único objetivo: ¡la
evolución! Torpes aún en el lenguaje humano (a pesar de la florida oratoria de
que hace gala toda la tribu), quizás eso explique que su prole entienda por
evolución algo por completo diferente a lo que él imaginaba.
A cuanto plan elabora este primate obsesionado por crear una nueva raza de antropoides, se enfrenta su hermano Vania, orgulloso de seguir viviendo, «con toda inocencia y sencillez, como hijo de la naturaleza» y de continuar siendo «un simio», sin ningún interés por convertirse en otra cosa. «Te dedicas, lamento profundamente decir, a superarte. Lo cual supone una antinatural muestra de desobediencia, de petulancia; un rasgo, si me permites decirlo, de vulgaridad, de materialismo pequeñoburgués», sentencia en una de las periódicas visitas que aprovecha para criticar cuanto avance ha logrado su hermano, sin dejar por ello de beneficiarse de él.
A cuanto plan elabora este primate obsesionado por crear una nueva raza de antropoides, se enfrenta su hermano Vania, orgulloso de seguir viviendo, «con toda inocencia y sencillez, como hijo de la naturaleza» y de continuar siendo «un simio», sin ningún interés por convertirse en otra cosa. «Te dedicas, lamento profundamente decir, a superarte. Lo cual supone una antinatural muestra de desobediencia, de petulancia; un rasgo, si me permites decirlo, de vulgaridad, de materialismo pequeñoburgués», sentencia en una de las periódicas visitas que aprovecha para criticar cuanto avance ha logrado su hermano, sin dejar por ello de beneficiarse de él.
Junto
al visionario emprendedor y al retrógrado inmovilista, el tercer personaje que cierra
este polígono evolutivo es Ernest, uno de los hijos de Edward, escéptico y
precavido, que lejos de compartir los sentimientos altruistas de su progenitor
prefiere capitalizar los descubrimientos de la tribu y convertirla en la
primera oligocracia de la historia de la humanidad. «El fuego artificial nos
proporciona una ventaja mucho más importante que unas cuantas veintenas de
cebras. La gente tendrá que reconocer que somos…, bueno, el grupo dominante. No
creo que debamos renunciar a eso. Estoy pensando en el futuro. Creo que a lo
mejor nos compensa ser los únicos capaces de hacer fuego; que, cuando otros
quieran encender uno, se vean obligados a llamar a uno de los nuestros…,
pagando, claro», defiende con vehemencia.
¿Cuál
de estos tres modelos de comportamiento que conviven en los humanos bipolares
que somos ganará la partida? Si quieren saberlo, no dejen de leer esta novela sorprendente
y mordaz, plagada de jocosos anacronismos que Roy Lewis distribuye como señuelos para recordarnos que no importan
las eras geológicas transcurridas ni los colegios privados con que tratemos de
refinarnos, seguimos siendo monos. Y fruto de la estirpe de Caín.
Publicado
originalmente en La Tormenta en un Vaso.
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