
Las
labores de limpieza que mi madre se ha impuesto para vaciarme de ti son
farragosas y cansinas. Hay días que me siento como un guante vuelto del revés
al que sacuden para despojarlo de las pelusas. Nunca pregunta. Ella llega,
trajina por casa como si el rastro que dejaste fuera sólido y corpóreo, y frota
aquí un abrazo o enjuaga allí un beso. El piso nunca estuvo más lustroso y
deshabitado. De todo, menos de ti. Pero no lo digo, no vaya a traerse un
pelotón de lavado de esos que te encañonan contra la pared y te devuelven una
vida con ph neutro, aséptica y esterilizada.
No
entiendo por qué, de todo cuanto extravío, sólo permaneces tú.
De Se me olvidó olvidarte, un cuento que, espero, vea la luz algún día.