El
barrio en el que vivo no es ninguna pradera, desolado paisaje de antenas y de
cables, cantaba Joaquín Sabina. El mío, mi barrio, ese en el que nací y al que
el péndulo de la vida me ha devuelto, es desolado y tiene antenas y cables,
pero también tiene un paisanaje que a veces me hace creer que vivo en un Cicely
pasado por la cámara de Fellini. Cuando pienso que ya no puedo topar con nadie
más raro, ¡zas!, algún vecino me demuestra lo equivocada que estoy.
La
señora M…, con quien comparto dos patios interiores y resoplidos en la escalera
cuando coincidimos en la empinada ascensión, tiene la costumbre de salmodiar
cada mañana en el cuarto de baño una inquietante letanía, mezcla de oración y
de conjuro santero, que, lo confieso, me pone la carne gallina. Saca el mal de
su cuerpo, Señor, no permitas que entre el pecado, Señor, ayúdale en su camino,
Señor… Todo esto (y más, porque la cosa dura bastante) salpicado de suspiros y
quejidos que ya me ponen, directamente, los pelillos de punta.
El
señor R…, y digo señor porque, a pesar de sus prácticas que ahora conoceréis,
tiene aspecto de no cumplir ya los 35, comparte vivienda con varias
generaciones de una familia más que numerosa, por lo que tiene por costumbre
llevarse a su novia a retozar a la furgoneta. Esta afición no tendría nada de
rara si la susodicha furgoneta estuviera aparcada en el Naranco o en algún otro
lugar igual de solitario y asilvestrestrado, pero la furgoneta está en mitad de
una plaza peatonal por la que circula medio barrio y a la que se asoman
demasiadas ventanas. Y el señor R… no es de los que conocen la palabra
discreción. Supongo que sus preferencias por el sexo motorizado se deben a un
problema de espacio en su hogar, aunque bien podría ser aficionado al riesgo y
a la exhibición. Vete a saber.
Ya
curada de espantos, pensaba yo, anoche me sorprendió descubrir una nueva
utilidad del portero automático, ignorada hasta entonces por mí.
Desconozco
quien de mis encantadores vecinos decidió ponerse a retransmitir, a las once de
la noche y a grito pelado, la hogareña estampa que ofrecía su salón a esas
horas. Era mujer y por sus comentarios, una potencial tertuliana de Sálvame,
tanto que estuve en un tris de convertirme en su agente y negociarle un
contrato con Jorge Javier.
Ahora
encienden la tele, María se levanta y va a mear. José cambia de canal… ¡Nooo!
¡No llaméis a la policía! ¡Socorroooo! Ahora me quiere pegar, qué mala persona.
¡Oeeeee! ¿Hay alguien ahí fuera? ¡¡No quiero callarme!! ¡¡Dejadme en paz!!
¿Quién
dijo que mi barrio era low coast? ¡Si es de lo más high coast! Pero en
chifladura.
Foto de mrfanjul