Tristes guerras...




Más de 300 cadáveres, tal vez 500, quizás hasta mil, nadie sabe con exactitud los cuerpos que permanecen enterrados desde la Guerra Civil en un espacio de 4.000 m2 limitado por un muro, casi derruido en algunas partes, y al que se accede a través de una puerta que te deja boquiabierta cuando te topas con un arco túmido en mitad de un bosque asturiano.


Sólo he estado allí una vez, hace tres años, pero imagino que seguirá igual que como yo lo encontré. Solo, abandonado, inmerso en un silencio tan atronador que no sabes como asimilarlo.







Caminar sobre muertos te cambia. Aunque no sepas cuántos son ni cómo se llamaban. Aunque ignores si tenían familia o hijos cuando vinieron a morir a Asturias, o si les esperaba una vida al otro lado del Estrecho.


Bajo tus pies no hay lápidas, nunca las hubo, sólo despuntan los restos de algunas piedras dispersas con las que se marcaron las tumbas hace 70 años y una vegetación que ha crecido sin control, década tras década de algo peor que el ostracismo, la indiferencia.




Caminas sobre humus movedizo. La carretera no dista más de 50 metros, pero el cementerio moro de Barcia existe en un mundo alternativo, en otra dimensión paralela a la Asturias del siglo XXI. Hay zonas que ni siquiera alcanzas, porque el bosque ha crecido voraz, y otras a las que prefieres no llegar, porque no puedes verlo más que como una profanación.


Y 70 años después, sigue sin importarle a nadie.


Para ser exacta, a casi nadie. A pesar de esta noticia publicada hace tres años en la prensa, las cosas siguen igual. Más información, a quien le interese, aquí.








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