Una de Jaimita Zapatilla





Un curioso efecto de la maternidad del que nadie me había advertido es la vena poético-ñoña que le crece a uno cuando menos se lo espera y, cual virulenta gripe estomacal, le ataca a traición y sin avisar.

Ya contaba, por haberla observado en otros congéneres, padres antes que yo, la ñoñería modelo básico sin extras: gugu, tata, nene, ¿aba? Incluso el modelo avanzado, con dirección asistida y elevalunas eléctrico: 

--Enseña a la tía como hace el perro, Zipi. ¿Có-mo ha-ce el pe-rro?

--Mira, mira, Zape ya sabe decir papá, mamá y tractor.

(Es que mis retoños disfrutaron de una infancia agrícola-ganadera)

Pero nadie me había preparado para esa otra, modelo de lujo con todos los extras: navegador, xenon, cierre centralizado, aire acondicionado, radio Cd con cargador y mp3, sensores de lluvia, control de crucero, climatizador bizona y guantera refrigerada.

Ésa llega sin avisar y te va creciendo dentro sin que la notes, como alien en el estómago del pobre John Hurt. Y un día, como a él, te explota el pecho y sueltas la mayor cursilería escuchada nunca en éste o en cualquier otro planeta conocido.

La primera vez que me pasó, Zipi y Zape estaban tirados en el suelo, arrancando, con sadismo de jefe de recursos humanos, páginas de uno de esos libros que los padres compramos con tanta ilusión y que a nuestros retoños les sirven para hacer barquitos de papel, con suerte.

Les quité el libro para salvarlo de su ferocidad, lo cerré y les expliqué que los libros, cuando se rompen, lloran por el dolor y la mutilación, y sus lágrimas borran dibujos y palabras hasta dejar sus páginas en blanco, por lo que nadie nunca podrá volver a leerlos.

Me miraron como si de verdad un alien hubiera salido de mi pecho bailando el xiringüelu. Pero nunca volví a pillarles desmembrando libros.

Pero cuando me asusté de mí misma fue cuando tuve que explicarles lo que era el periodo femenino. El asunto de dónde vienen los niños y por dónde exactamente nacen ya lo teníamos superado, pero eso se nos resistía. Y con cinco o seis años que tenían entonces, las explicaciones fisiológicas me parecían un poco fuera de lugar. Así que, abducida de nuevo por el alien, les conté que el vientre de las mamás prepara todos los meses una cuna especial por si, al hacer el amor con los papás, se forma un bebé. Y que cuando esto no pasa, la cuna se deshace en gotas de sangre porque ya no es necesaria.

Deberían haberme llevado a un loquero de guardia. Pero también coló. No volvieron a preguntar más, no sé si porque me dejaron por imposible o porque la impresión de imaginarnos con una cuna bajo el ombligo los dejó traumatizados.

Pero en cuestión de ñoñerías, no hay nada como lo clásico:

--Mamá os quiere de aquí al cuásar más lejano del universo y vuelta otra vez.

(Lo que, de paso, me quitaría tropecientos años de encima. Viva la teoría de la relatividad).






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