El miedo es negro y amargo, como debe
serlo el café del infierno, imposible de tragar. Como tus manos cuando sales
del tajo, con ese maldito polvo que nunca se va del todo, tatuado bajo tu piel.
Como tus ojos, tan negros que cuando bajaba al taller, a tientas de oscuridad,
sonreía.
--Camino por tus ojos cada día –te
decía entonces, besándote los párpados para que me guardaras dentro.
Pero todo se acabó con el accidente,
con las operaciones que me rompieron aún más que aquel costero. Ahora me quedo
aquí sentado, viéndote beber aprisa una taza de café, saliendo ya, entera,
viva, lista para el primer relevo. ¿Puedes prometerme que regresarás esta
noche?
Si miro bien, aún veo tus 20 años,
cuando creías que yo era lo mejor que te había pasado y soñabas con una casa,
dos niños –la parejita es la ecuación
exacta de la felicidad— y un amor sosegado.
Ahora sólo despejo incógnitas que
tienden al miedo hasta que regresas, negra de ojos y de carbón. Fundida en
negro.
Estabas tan orgullosa de haberlo
logrado: Ayudante minera a 600 metros bajo tierra. Se te llenaba la boca de
risas y a mí, de 600 espantos.
Y besas al aire desde la puerta. Y te
despido sin voz.
--Dime que ya no hay costeros. Que no
habrá escape de gas ni explosión que te entierren en el infierno. Júrame que no
morirás hoy.
#historiasdeamor