Dicen los
que entienden de esto de escribir que es en el primer párrafo cuando un texto
se la juega. Que esas primeras palabras deben reunir la proporción exacta de
interés, originalidad y contundencia para que el lector se deje enganchar en su
anzuelo y se adentre en las que vienen detrás. Sería algo así como la primera
cuenta de un rosario o la avanzadilla de
un camino de caracoles. El sabroso, pero exiguo, bocado de caviar que te deja
con ganas de más.
No se me
había ocurrido hasta ahora reunir el arranque de los trece cuentos de un libro
de relatos que aún anda en busca de editor, pero que tal vez en formato
principio revelen que su auténtica naturaleza es la de final, capítulo segundo o prólogo. Quizás un simple descarte.
Qué difícil es ser juez de uno mismo.
Qué difícil es ser juez de uno mismo.
"Leyó el anuncio mientras esperaba a que Carlos le atendiera. Desde hacía unos meses ni siquiera desayunaba en casa. Se levantaba temprano con la excusa del aumento de clientes y se iba antes de que ella despertase. Aquel bar diminuto y esquinado servía tan mal café como cualquier otro, con la ventaja de que Montse nunca entraba en él".
"Era viejo,
tanto que las gotas de lluvia circulaban por los surcos de su cara con
precisión de leucocitos en la sangre venosa. Una bolsa de plástico le cubría el
pelo, se escurría por sus orejas e iba a anudarse bajo una barbilla puntiaguda
que nunca se detenía, como si rumiara las palabras antes de darles aire. Pero
no hablaba, se limitaba a masticar vocales y consonantes, y a mirarme a menos
de un palmo de distancia con intensidad miope".
"Primero
fue un punto ridículo, tan pequeño que no supe si era mella o mancha. Lo descubrí, solitario, en mi antebrazo, a
medio camino del codo y la muñeca, indeciso en si bajar o subir, o en si
quedarse o desaparecer".
"Abrió los
ojos a un blanco sosiego. No supo quién era, ni aun qué era, aturdida por la
luz que la sitiaba. Oyó las voces distantes, los pasos inquietos y el ruido de
una puerta al abrirse. Miró hacia ese sonido que rompía la quietud y vio una
figura que ganaba en nitidez a medida que se acercaba. Arrugó la frente en un esfuerzo
por concentrarse".
"Marta murió
en primavera. Quizás porque nacimos en invierno, cuando todo se agota, ella se
acabó en la estación en que todo empieza".
"El Flaco salió desmemoriado desde pequeño.
Del pan y la leche que su madre le encargaba traía, con suerte, el pan, por
aquello del hambre que nunca le daba tregua; de la leche nada se sabía hasta
que el recuerdo le volvía con dos sopapos firmes de Doña Engracia, harta de que
los recados le salieran por el doble de tiempo y cuarto y mitad más de saliva
en filípicas y explicaciones".
"La
abuela se negaba a admitir que su memoria había sufrido un cortocircuito y algo
empezaba a oler a chamuscado en su cabeza. No importaba que últimamente sus
tortillas supieran sospechosamente dulces o que el gato hubiese empezado a roer
los cojines, harto de no encontrar comida en su cuenco. Ella se encogía de
hombros y le soltaba una colleja a su marido".
"Era su
cumpleaños. Hacía cuatro años que se había ido, pero cada 20 de febrero volvía
a ella. Y el 19 y el 21, pero el resto de los días el dolor de estómago se
volvía soportable. El 20 no. El 20 todas las excusas eran lícitas para
regresar a Gema y lo hacía sin prudencia alguna y sin mesura. Se zambullía en su
recuerdo con más miedo al olvido que a la ausencia".
"Cuando murió, no se detuvieron ni trenes ni calendarios; cada lugar
exacto siguió ocupado por cada cosa precisa y hasta el hueco que fue suyo se
habitó de inmediato con otro que no era él".
"F. acudió a
mi consulta por primera vez el 12 de enero. Vino acompañado de su esposa, que
le había persuadido, no sin grandes esfuerzos, para recurrir a un especialista,
convencida de que su marido sufría una grave demencia o había sido infectado
por un misterioso virus".
"--Yo te
guardo el secreto –le dije a René aquella primera vez–. Cuando me lo hayas
contado, dejará de atormentarte".
"Le gustaba
mucho la pequeña Fani, con su curiosa afición por los insectos tan ajena a una
niña de diez años de quien se espera más interés por las muñecas que por los
neópteros. No le extrañaba que se sintiera atraída por las mariposas, pero
abejas, hormigas y, sobre todo, aquellos brillantes escarabajos peloteros a los
que perseguía sin tregua por el jardín, no le parecían compañeros apropiados
para ella. Una niña tan dulce, con un nombre tan hermoso echado a perder.
Estefanía. Así se llamó una reina de Portugal y hasta una Gran Duquesa, sobrina
y amante, se rumoreaba, del mismísimo Napoleón. No entendía por qué con un
nombre tan majestuoso usaban ese menguado diminutivo, escaso de sonoridad y
significado".
"Se me olvidó olvidarte. Ya sabes cómo
soy, un día cogí el tren a Zamora para visitar a mi hermana y me bajé en León
sin tener idea de por qué estaba allí. A ella ya no le extrañan mis ausencias.
La primera vez que la olvidé tenía diez años. Le dije que me esperase en el
coche mientras enviaba un paquete en Correos y al salir me fui a casa en metro
sin recordar que la había dejado aparcada en doble fila en la Plaza de Cibeles.
Juró que no me volvería a hablar cuando los rescaté horas más tarde, a ella de
la comisaría y al coche, del depósito municipal".
Foto: Pablo
Zariquiegui.