Este
año he tenido unos Reyes Magos muy atípicos, pero de lo más entregados a la
causa de la Navidad y de esos reencuentros familiares que promueve un clásico
anuncio de estas fiestas. Tras tantos años de ni vernos ni hablarnos que mejor
ni echo la cuenta, la red social más nutrida y rompewebos que conzco, el
Facebook, me ha devuelto a uno de mis primos rusos, al mismo tiempo que el
Skype ha hecho lo mismo con otro de esos parientes lejanos que antes vivían en
la Unión Soviética y ahora, por esos misterios de los mapas políticos, lo hacen
en Ucrania, sin que sus respectivas viviendas se hayan movido ni un kilómetro
de su emplazamiento original.
Este
regalo, que agradezco como debo, me ha convertido, sin embargo, en una adicta
al google translator, porque yo, de ruso, para qué os voy a engañar, aparte de
blini, spasiva y dasvidania, sé lo mismo que vosotros. Y comunicarse así en el
face, es relativamente fácil, pero en el skype y en medio de una videollamada,
no veáis qué lío es pensar, escribir, traducir y leer con mi ruso macarrónico,
para después encomendarme a todos los santos para entender al menos la mitad de
la respuesta.
El
inglés, a pesar de que sólo chapurreamos el idioma de Shakespeare, es un
territorio común en el que, al menos, no naufragamos. Pero estos días no puedo
dejar de pensar en para cuándo las nuevas tecnologías que han traído a mi vida
el facebook, el skype, internet y los ordenadores, harán posible el chip
translator que, implantado en la parte de mi cuerpo que sea menester, traduzca de
modo instantáneo cualquier idioma que entre por mis oídos.
¡¡помощи!!
Que según el google translator se lee pomoshchi y significa ¡¡socorro!!!